Cabe considerar a las Misiones Pedagógicas como el gran proyecto cultural republicano para expandir los valores cívicos del nuevo régimen político entre la población campesina diseminada por la España profunda. A lo largo de un lustro sus participantes, formados mayoritariamente por docentes -maestros y maestras, profesores y profesoras de institutos, normalistas- e integrantes de la Federación Universitaria Escolar (FUE), y jóvenes profesionales recorrieron centenares de pueblos y aldeas para diseminar bienes culturales y transmitir conocimientos, apoyando la labor educativa de los maestros rurales.
Tarjeta postal Misiones Pedagógicas, década de 1930. A la izquierda, Germán Somolinos junto a un grupo de niños y niñas.
De ahí que dejasen en sus escuelas una biblioteca, un gramófono, una radio y un cine. Por ejemplo, en su visita al pueblo toledano de Navalcán a principios de 1932, los integrantes de la misión ofrecieron un amplio programa cultural a su auditorio formado por la población infantil pero también por cuatrocientos adultos. En ese programa se entremezclaron explicaciones sobre asuntos relacionados con la historia de España y con la historia del libro, acompañados de consejos de cómo había que cuidarlos y repararlos, dieron lecciones de lenguaje acompañadas de recitaciones de romances y poesías de autores como Marquina, Gabriel y Galán y Enrique de Mesa y proyectaron dos películas “A las puertas del Ártico” y “La vida en el fondo de mar”.
Carta de Luis A. Santullano, secretario de las Misiones Pedagógicas a Germán Somolinos el 12 de enero de 1932.
Grupo de integrantes de las Misiones Pedagógicas, en torno a 1934.
Según expuso uno de esos misioneros el propósito de ese singular esfuerzo cultural “era corregir, en lo posible, por nuestros limitados medios la gran injusticia que se producía entre los niños que nacían en las grandes ciudades y los niños que nacían en los pueblos pequeños, aislados, sin carreteras ni luz eléctrica, ni agua corriente..”
Germán Somolinos fue uno de esos “marineros de entusiasmo”, tal y como fueron definidos quienes integraron las Misiones Pedagógicas. Se incorporó desde sus inicios al Teatro y Coro del Pueblo formado en 1932. Con ellos recorrió innumerables lugares de diversas regiones españolas. Entre las misiones en las que participó dejaron una impronta particular en él aquellas que efectuó en el verano y el otoño de 1934 al área deprimida del lago de Sanabria, en la provincia de Zamora.
Proyecto de insignia para Misiones Pedagógicas.
Carnet de las Misiones Pedagógicas de Germán Somolinos d'Ardois.
Mapa hecho por Germán Somolinos del recorrido de las Misiones Pedagógicas en los alrededores de Madrid.
El Teatro y el Coro del pueblo de las Misiones Pedagógicas fueron dirigidos respectivamente por los asturianos Alejandro Casona -seudónimo de Alejandro Rodríguez Álvarez - y Eduardo Martínez Torner, y estuvieron inspirados por Manuel Bartolomé Cossío, quien deseaba con esas iniciativas culturales “devolver al pueblo lo que es del pueblo”.
Multitud alrededor de Germán Somolinos. Teatro y Coro del Pueblo en lugar y fecha no identificados.
Germán Somolinos sosteniendo un espejo a un compañero actor para una representación teatral, sin lugar ni fecha.
El Teatro y Coro popular estuvo formado por una cincuentena de estudiantes, reclutados por el pedagogo - también asturiano- Luis Álvarez Santullano, quien contactó inicialmente para formarlo con un grupo de antiguos alumnos del Instituto-Escuela.
Ese grupo de artistas aficionados, entre los que se encontraban tres integrantes de la familia Somolinos, los dos hermanos mayores Germán y Alejandro, así como su hermana Rosario, inició sus ensayos en la sede del Museo Pedagógico en la madrileña calle de Daoiz, trasladándose luego a la Normal de Maestros en el paseo de la Castellana. Su primera actuación tuvo lugar el 15 de mayo de 1932, en el pueblo toledano de Esquivias, como homenaje a Cervantes. Estuvo precedida de un ensayo general, celebrado la víspera, en los campos de la Residencia de Estudiantes, en los altos del Hipódromo.
"Recuerdos de antaño". Dibujo de una representación del Teatro y Coro del Pueblo de autor desconocido.
Carnet de Germán Somolinos como usuario de la Biblioteca circulante del Museo Pedagógico Nacional.
A partir de entonces recorrieron durante más de cuatro años, entre la primavera de 1932 y el verano de 1936, más de quinientas aldeas, aprovechando todos los días festivos, domingos, vacaciones de Navidad, de primavera y de comienzos de verano. Su centro de operaciones radicó en los páramos castellanos, pero también visitaron lugares de Extremadura, León y Aragón. Esos estudiantes no cobraban nada por su trabajo. Se desplazaban para dar conocer a los campesinos analfabetos piezas escogidas del teatro popular clásico con el que se procuraba divertir y educar a su auditorio rural. Para ello representaron obras de autores cómicos españoles y universales como Juan del Encina, Lope de Vega, Cervantes, Calderón, Ramón de la Cruz y Molière, algunas de cuyas piezas tradujo el propio Casona. El coro actuaba en intermedios musicales interpretando canciones populares y romances antiguos.
Multitud asistente a una representación del Teatro y Coro del Pueblo. Entre el público Manuel Bartolomé Cossío -abajo en el centro- y Luis A. Santullano -con gafas, encima a la derecha del primero-.
Escenario del Teatro y Coro del Pueblo.
A la derecha Germán Somolinos mirando a otros dos compañeros actores.
Representación del Teatro y Coro del Pueblo.
La relación de Casona con sus actores y actrices fue tan estrecha que en una de sus obras más elogiadas, Nuestra Natacha, gran éxito teatral en Barcelona y Madrid en el invierno de 1935 a 1936, homenajeó a varios de los integrantes del Teatro del Pueblo. Entre ellos cabe destacar a Natalia Utray, cuyo carácter inspiró al personaje principal de Nuestra Natacha, y el propio Germán Somolinos, trasunto del personaje Somolinos de la obra teatral, un médico recién licenciado lleno de vitalidad y altruista.
Germán Somolinos junto a un niño en una de las misiones. Tiempo después, en México hacia 1940, evocó su convivencia con los niños de las poblaciones del lago de Sanabria de esta manera:
Al atardecer los niños se agrupan alrededor de mi puerta y esperan seguros de que he de salir. Casi siempre esperan poco, enseguida aparezco y jugamos. ¡Son tan felices cuando cogidos de la mano giramos en el corro o gritamos como locos para advertir a uno que lo va a atrapar la gallina ciega o el milano! He aprendido juegos de ellos y otros se los he enseñado yo. ¡Pobres niños! Sus padres los lanzan a la calle y ellos se lo deben hacer todo. No hay escuela, crecen como las plantas silvestres a su libre albedrío (...), pero todos acuden al llamamiento de cariño y ríen como nunca con los juegos que improvisamos. Las madres nos miran de lejos y sé que algunas han comentado si estaré loco para ocuparme así de ellos.
En un mapa Germán Somolinos señaló las decenas de pueblos y aldeas que visitó como “cómico de la legua”. Gracias a sus expediciones con el Teatro y el Coro del Pueblo tuvo la oportunidad de sentir y conocer España “en su más íntima raigambre”. Pudo constatar entonces los desequilibrios culturales y los fuertes contrastes sociales entre ciudades cosmopolitas de aquella época como Barcelona, Bilbao y Madrid y regiones depauperadas y muy atrasadas como las Hurdes, la serranía de Zamora o localidades no lejanas de la capital de la República. A setenta kilómetros de Madrid, en la Puebla de la Mujer Muerta, ¡se desconocía el uso de la rueda!
Hicimos gimnasia, era la primera vez que veían tal cosa, y la siguieron muy bien. Después la hemos hecho otras muchas veces y están encantados.
Un día fuimos a bañarnos al río, poco antes de verterse en el lago, éramos lo menos treinta, la mayoría no tenían pantalones, pero ¡cómo no divertirnos!
Mujer e hijo. Ambos padecen bocio, conocido como "papo", Sanabria 1934. Foto tomada por Germán Somolinos. De este encuentro escribe poco después de llegar a México el texto que se presenta a continuación:
Pero cuando Germán Somolinos y sus compañeros y compañeras del Teatro y el Coro del Pueblo quedaron más anonadados ante la situación de miseria social de ciertos lugares fue en su primera visita, allá por el verano de 1934 a San Martín de Castañeda, en las proximidades de la laguna de Sanabria, también conocida como "mar de Castilla". Allí se encontraron con un pueblo ubicado en una situación privilegiada pero con sus habitantes hambrientos y enfermos de bocio, los niños casi desnudos, mugrientos, abandonados, raquíticos, habitando en “viviendas hórridas, negras de humo, sin chimenea ni apariencia de refugio humano”. Fueron entonces conscientes de que en pueblos como San Martín no podían transmitir una “emoción cultural y artística” y que era prioritario alimentar, educar y sanar a sus habitantes. Por ello tres meses después organizaron una nueva misión en la que llevaron medicamentos, semillas y libros y con ayuda de los propios campesinos iniciaron la transformación del pueblo. Higienizaron las viviendas y reconstruyeron la escuela a la que dotaron de un comedor escolar que llegó a alimentar a una cincuentena de niños.
De la relación de Germán Somolinos con Sanabria, que conoció por esta misión, y a la que no tardó en regresar, resulta un material textual y fotográfico extraordinariamente valioso. En él relata su tiempo en esta tierra y los entresijos de la cotidianeidad que atravesaron a sus habitantes, como muestra la imagen de la derecha y el texto inferior.
Lago de Sanabria (Zamora).
Germán Somolinos en el lago de Sanabria con su cámara de cine junto al Grupo del Teatro y Coro del Pueblo, 6 de julio de 1936. De izquierda a derecha: Ismael Báez, Germán Somolinos, Dolorines Nogués y, probablemente, Carmen Sotos (con sombrero). Colección Pilar Gobernado. Fotografía reproducida en el libro Las Misiones Pedagógicas 1931 - 1936, coordinado por Eugenio Otero y María Alonso, 2007, página 46.
Años después, en una conferencia que dio en el Ateneo español de México, Germán Somolinos hacia 1953 evocaría cómo...
el 18 de julio [de 1936] se acabó todo. La reacción consideraba esta obra inútil y hasta peligrosa, por eso la primera actuación de los sublevados en Puebla de Sanabria fue fusilar a don Honorino, el recaudador de contribuciones, que entusiasta por la obra y amante de su pueblo, administraba y dirigía desde la Puebla el comedor escolar y la reincorporación a la vida de San Martín de Castañeda.