Instalado en México en el verano de 1939 Germán Somolinos perteneció a la nutrida diáspora científica republicana. Poco después de su llegada a ese país americano se nacionalizó mexicano. No volvería nunca más a su patria de origen. Asentado en Ciudad de México organizó un laboratorio particular de análisis clínicos del que vivió él y su familia y en el que efectuó sus investigaciones como especialista en anatomía patológica. También colaboró en el importante Instituto Nacional de Cardiología que dirigía el relevante cardiólogo mexicano Ignacio Chávez.
Germán Somolinos consultando el libro Science of Nutrition de Henry C. Sherman, 1943.
Pero impulsado por sus preocupaciones humanistas y por su curiosidad hacia el conocimiento del pasado de las prácticas médicas reorientó sus preocupaciones hacia el estudio del pasado de la medicina mexicana, interesándose por el conocimiento de las contribuciones mexicanas a la medicina universal.
A lo largo de más de un cuarto de siglo desarrolló una importante labor como historiador de la medicina, manifestada en decenas de publicaciones. Entre ellas destacaron sus diversos trabajos sobre la vida y la obra del médico del siglo XVI Francisco Hernández, protagonista de la primera expedición científica europea al continente americano, dado que Felipe II lo envió en la década de 1570 al virreinato de la Nueva España para estudiar las plantas medicinales mexicanas.
Foto en el interior de la casa de Ameyalli.
A lo largo de su experiencia americana Germán Somolinos simultaneó su vida en la Ciudad de México con largas estancias en un rancho que adquirió en el estado de Michoacán. Durante su destierro participó activamente en la vida científica y cultural mexicana y en los círculos de sociabilidad de los exiliados republicanos. En ellos activó la memoria de su participación en la labor creativa de la Segunda República española.
Vista de Ameyalli.
Por la correspondencia con su madre sabemos que los primeros años de Germán Somolinos en la capital mexicana fueron de intensa actividad. En ellos se entremezclaban sus actividades en el ejercicio de la medicina, sus investigaciones como cardiólogo, su cultivo de la memoria republicana y sus labores como publicista de la medicina, llevando a cabo tareas divulgativas dirigidas al gran público. Así, por ejemplo, en una carta de 18 de abril de 1941 le manifestó lo siguiente:
El laboratorio va bastante bien pero de manera muy irregular. Estos últimos meses trabajé bastante y con buen rendimiento. Pero, sin embargo, el actual con las fiestas de semana santa ha disminuido bastante el trabajo. Ya tengo casi terminado el libro sobre Harvey y ahora voy a empezar a escribir en una revista de literatura de aquí. También de cuando en cuando hago algo de tipo profesional. Ahora acabo de entregar en una revista de aquí una cosa sobre los tumores de corazón. También escribo, pero de manera más despacio e irregular, un libro especie de memorias y autobiografía de tipo en ocasiones algo irreal. Tengo un capítulo muy largo sobre Sanabria que los que lo han leído les ha gustado mucho. Y ahora estoy dedicado a escribir otro sobre los años de estudiante que se llama Aprendizaje. En él estoy bastante adelantado y ya veremos si me decido a publicarlo.
Germán Somolinos, 1945.
Casa de la familia Somolinos Palencia en la Ciudad de México.
Germán Somolinos con un microscopio, 1945.
Entre 1940 y 1948 Germán Somolinos publicó casi una decena de artículos científicos. Unos relacionados con sus investigaciones como cardiólogo que dio a conocer en los Archivos Latino-Americanos de Cardiología y Hematología, fundamentalmente entre 1940 y 1943. En 1945 firmó su trabajo “Contribución al estudio de los tumores desarrollados en el corazón” publicado en un libro homenaje al doctor Ignacio Chávez editado por la Universidad Nacional Autónoma de México de la que ese cardiólogo sería posteriormente, entre 1961 y 1966, rector.
Convalidación del título de Medicina de German Somolinos en su exilio en México, 1939.
Otros eran derivaciones de las investigaciones que efectuaba en su laboratorio de análisis clínicos en las que se interesó, entre otras cuestiones, por la frecuencia del factor RH entre los habitantes de México. Esos trabajos los dio a conocer en Ciencia. Revista hispano-americana de Ciencias puras y aplicadas, portavoz de los científicos republicanos exiliados, considerada la mejor publicación científica en lengua española de la década de 1940.
También en 1956 dio a conocer un cuadro hemático que formaba parte de unos apuntes mimeografiados para la cátedra de Anatomía Patológica de la Escuela Nacional de Medicina. Su interés por insertarse en la vida científica del país que le acogiera se plasmó en su activa participación en 1949 en la fundación de la Sociedad Mexicana de Médicos Laboratoristas que se transformó en 1971 en la Sociedad Mexicana de Patología Clínica.
Retrato de Germán Somolinos en el final de su etapa vital.
Germán Somolinos en su despacho.
Pero en la actividad en la que sobresalió Germán Somolinos a lo largo de su dilatada experiencia americana fue en su fértil labor como historiador de la medicina, manifestada en la elaboración de más de dos centenares de trabajos, publicados ininterrumpidamente a lo largo de un cuarto de siglo entre 1948 y 1973. Su hijo Juan o Jan, pues así era conocido familiarmente al haber nacido en Suecia, los enumeraría con cuidado tras la muerte de su padre en un número especial de la Gaceta Médica de México.
Germán Somolinos junto a su hijo Jan, 1944.
Germán Somolinos en su despacho.
A lo largo de esa amplia producción investigó casi todos los aspectos de la medicina mexicana. Abordó la medicina de las culturas mesoamericanas precolombinas, estudió la influencia de la medicina indígena en la europea y analizó en varios estudios los fenómenos de fusión cultural indoeuropea manifestados en las prácticas médicas. Consideró que las culturas precolombinas eran el punto de partida de los acontecimientos que daban carácter específico a la medicina mexicana dentro de la historia médica universal.
Germán Somolinos observando una pieza arqueológica en su despacho de trabajo.
Se preocupó entonces en estudiar las obras médicas fundamentales del siglo XVI. Intervino en una edición accesible a un público instruido del Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis al considerarlo el “único documento auténtico y menos contaminado de los que podemos utilizar para rastrear la práctica médica en los tiempos anteriores a la Conquista”.
Preparó la edición del primer impreso médico americano como hizo constar en su estudio "Francisco Bravo y su Opera Medicinalia". Y dedicó varios años y numerosos trabajos al estudio de la vida y obra del protomédico de Felipe II Francisco Hernández, quien exploró las tierras mexicanas en la década de 1570 para conocer sus plantas medicinales.
Sus gestiones y conocimientos fueron decisivos para que la Universidad Nacional Autónoma de México crease una nutrida comisión con la misión de editar a partir de 1960 las Obras Completas del mencionado médico renacentista, gran proyecto historiográfico que culminaría Juan Somolinos Palencia avanzada la década de 1970.
En 1960 Germán Somolinos ingresó en la Academia de Medicina de México, obteniendo en 1962 un importante premio otorgado por esa corporación por una investigación que efectuó sobre los orígenes de esa institución. Durante más de una década su actividad en ella fue incesante. Participó en mesas redondas y congresos; se implicó en una gran exposición en 1964 con ocasión del centenario de esa academia; dio a conocer numerosas comunicaciones; organizó su archivo y biblioteca histórica así como exhibiciones gráficas y bibliográficas y proporcionó datos e informaciones a quienes se las solicitaban.
También fue participante activo en la Sociedad Mexicana de Historia de la Medicina y en la etapa inicial de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología, presentando dos comunicaciones en el primer coloquio mexicano de historia de la ciencia organizado por esa sociedad científica en septiembre de 1963, que firmó con dos compañeros y amigos del exilio republicano: una de ellas con el cardiólogo Isaac Costero, la otra con el biólogo Enrique Rioja.
Germán Somolinos interviniendo en un acto académico, 1945.
Discurso de ingreso de Germán Somolinos en la Academia Nacional de Medicina, 1960.
Congreso del centenario de la Academia Nacional de Medicina de México, 1964.
Congreso del centenario de la Academia Nacional de Medicina de México, 1964.
Gracias a las múltiples actividades en las que se involucró durante los primeros años de su vida mexicana Germán Somolinos logró disponer de unos ahorros que decidió invertir en la adquisición de unos terrenos situados en Zitácuaro, en el estado de Michoacán. Denominó a esa propiedad con el nombre de Ameyalli que en lengua náhuatl significa manantial.
Germán Somolinos en el rancho de Ameyalli.
La familia Somolinos concibió ese rancho como un lugar de descanso y esparcimiento y lo organizó como una granja agropecuaria de la que se hizo cargo durante un tiempo el hermano menor de Germán, Alejandro, quien no pudo finalizar sus estudios de ingeniería en España como consecuencia de la guerra civil.
Vista de la casa de Ameyalli.
Alejandro, Marisa y Jan en Ameyalli.
Un visitante de ese sitio de reposo, su gran amigo Isaac Costero, consideró que con su adquisición Germán Somolinos pudo cumplir uno de sus sueños: “poseer un cerrito colmado de viejos pinos frondosos en el campo mexicano”. Y añadió: “pienso que le recordaba la Somosierra, recorrida con las Misiones Pedagógicas, fundiendo así en un mismo grado su doble nacionalidad”. Costero describió el rancho de esta manera: “Abajo había una milpita, cierta modesta huerta con algunos aguacates, otros pocos árboles frutales y bastantes flores silvestres, todo circundando una casita rústica”. Y expuso que:
Se suponía, como ‘hipótesis de trabajo’, que maíz y frutos iban a cubrir los gastos de mantenimiento, y hasta se preparó sitio para albergar algunas vacas y borregos, quizá perdices y codornices importadas de la árida Castilla…hipótesis nunca confirmada, pues es bien sabido que los científicos rara vez comprenden las actividades rurales. Hasta el punto, en el caso particular de Somolinos, que, cuando un vecino llegó a ofrecerle su colindante milpa por 300 pesos que necesitaba con premura para casar a la hija, Germán le regaló el dinero acongojado por que hubiese podido suponerle capaz de aprovechar una necesidad momentánea para despojar de su humilde patrimonio a tan simple lugareño.
Vista general del rancho en Ameyalli.
Y añadió esta observación:
El orgullo de Somolinos consistía en obsequiar aguacates a los amigos -eran sus aguacates, diferentes a todos los demás- y en enseñarles, desde su cerrito, el campo de Zitácuaro, a sus ojos inmenso e inigualable compendio de los tesoros naturales de este mundo. Pienso que Cajal, de quien fue breve tiempo ayudante [más bien fue ayudante del discípulo de Cajal, Tello] no pudo mostrarle con mayor satisfacción las cestas del cerebelo…!
Germán Somolinos con un campesino cosechador de maíz en Ameyalli.
Además de Isaac Costero otros muchos amigos y amigas de la familia Somolinos les visitaron en ese hermoso paraje de Michoacán, dejando algunos de ellos testimonio de los encantos de ese lugar en un curioso libro de visitas, conservado entre los papeles de Germán Somolinos, custodiados en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.
Germán y Marisa en Ameyalli.
Germán Somolinos en su rancho de Ameyalli en el estado de Michoacán.
Como bien entrevió Isaac Costero ese rancho de Ameyalli fue un lugar donde Somolinos estableció conexiones con su país añorado, pues hasta allí se desplazaron amigos procedentes de la España sometida a la dictadura franquista y donde se inspiró para avivar sus recuerdos de sus experiencias previas a la guerra civil recordando sus años de aprendizaje, y sus vivencias republicanas. En el rancho dispuso de un lugar especial para descansar, disfrutar de la naturaleza y desarrollar sus dotes creativas en un entorno apacible. Así lo dio a entender en otra carta que escribió a su madre, el 1 de mayo de 1966:
Estoy en el rancho… La finca está muy bonita... Estoy escribiendo desde un cuarto nuevo que hicimos hace unos años con una ventana enorme sobre la vista de los montes y delante de la ventana llevan todo el día jugando varios pájaros, uno rojo, cardenal, otro morado al que llaman mulato, dos o tres jilgueros y un colibrí.
Ya no tenemos gallinas y en cambio estamos ampliando las huertas de árboles. Los aguacates están muy bonitos y aunque se secaron algunos la mayor parte han crecido mucho y dan buena fruta. Los rosales están ahora llenos de rosas y como la encargada de cuidarlos es Elena se siente orgullosísima. Estamos en el momento de mayor sequía y sin embargo está todo verde y los pastos muy bien conservados ….
Se me olvidaba decirte que también viene siempre con nosotros Kuni que es un mono araña que trajo Jan de Campeche hace dos años…
A lo largo de su experiencia americana como exiliado político Germán Somolinos procuró mantener una doble lealtad tanto a su nueva patria de adopción que le abrió los brazos como a su patria original que le había expulsado como consecuencia de la derrota republicana en la guerra civil.
Germán Somolinos, 1944.
Durante más de tres décadas de residencia en México procuró mantener junto a sus compañeros exiliados viva la memoria del esfuerzo cultural republicano en el que él se implicó activamente y alimentar la llama de los recuerdos de sus vivencias en la España que tuvo que abandonar. Así escogió como lugar de refugio y descanso un sitio en Michoacán que le evocaba la Somosierra recorrida en sus viajes con las Misiones Pedagógicas y decoró la casa construida en Ameyalli al estilo castellano.
También publicó periódicamente recuerdos relacionados con los maestros que marcaron su aprendizaje como escolar en el Instituto-Escuela de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas o como universitario en la prestigiosa Facultad de Medicina de San Carlos de la Universidad Central en Madrid.
Frutos de Ameyalli.
Detalle de decoración de Ameyalli.
Así al participar activamente en los actos organizados en México en 1952 cuando se conmemoró el centenario del nacimiento de Cajal -un científico que sigue ubicado en la cima de la ciencia mundial- puso a trabajar su memoria trasladándose al lugar donde se formó como médico: “Don Santiago era, para todos los que convivíamos en aquel laboratorio de la Facultad [de Medicina], algo que nos impregnaba intensamente”. Recordó entonces que “sobre mi mesa estuvo siempre un microtomo de parafina tipo Minot que él usara durante muchos años y del que con seguridad salieron preparaciones capaces de transformar muchas ideas universales” y evocó el buen ambiente de trabajo en ese laboratorio al que acudían colaboradores de Cajal a animar a los jóvenes investigadores “a perseverar en la labor del camino emprendido”.
Tan intensa fue la atracción ejercida por Cajal y su escuela en el joven investigador Somolinos que entre sus papeles, custodiados por sus familiares, se conservan íntegros los ejemplares de tres diarios que con grandes titulares dieron noticia el jueves 18 de octubre de 1934 del fallecimiento de Santiago Ramón y Cajal. Uno de ellos, el matutino El Sol, en su editorial subrayó que se acababa de ir aquel que “era una cumbre en el paisaje moral de España”. Y, sin embargo, tan relevante personaje, tuvo un entierro poco lucido como recordara casi veinte años después Somolinos en las páginas de la revista Cuadernos Americanos pues Cajal falleció cuando el país se encontraba de luto general al haber reducido el gobierno a fuerza de sangre la sublevación de los mineros asturianos a principios de octubre de 1934.
Germán Somolinos en una reunión de trabajo.
Esa mañana del entierro de Cajal Somolinos acababa de llegar de una misión pedagógica en la que había participado en tierras de Zamora, en torno a la laguna de Sanabria, experiencia que ya ha sido presentada. Dado que se eliminaron los honores oficiales él y otros jóvenes decidieron como último homenaje a Cajal llevar su ataúd hasta el cementerio. Pero cuando la comitiva había avanzado 200 metros por la madrileña calle de Alfonso XII guardias civiles la dispersaron aduciendo que estaban prohibidas las aglomeraciones callejeras. De manera que el ataúd tuvo que introducirse en un automóvil, llegando al cementerio solo un centenar de personas entre las que se encontraba Germán Somolinos quien casi veinte años después tenía grabadas las vivencias de una tarde otoñal en la que:
humildemente, en un cementerio popular rodeado de tumbas del mismo pueblo para quien vivió y dio su ciencia, quedó sepultado con las últimas luces de aquel día plomizo, el cadáver de don Santiago, dentro de una pesada caja que contenía el cerebro más luminoso que ha producido España.
Germán y Alejandro Somolinos en la finca de Ameyalli.
Composición de retratos de Germán Somolinos, 1941.
También estuvo presente en los homenajes efectuados por los exiliados en 1957 para conmemorar el centenario del nacimiento del pedagogo e historiador del arte Manuel Bartolomé Cossío, el inductor de las Misiones Pedagógicas, y principal discípulo y colaborador de Francisco Giner de los Ríos. Previamente en 1953 había publicado también en Cuadernos Americanos un hermoso texto evocador de sus vivencias como integrante de las Misiones Pedagógicas. En él reprodujo el mensaje redactado por Cossío con el que los integrantes de esas misiones se presentaban a sus auditorios. En él se decía:
Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo… Esta a modo de escuela recreativa es para todos…pero principalmente para los que se pasan la vida en el trabajo, para los que nunca fueron a la escuela…Con palabras que quisiéramos fueran penetrantes y con imágenes y estampas atractivas hemos de ir enseñando por los pueblos cómo es la tierra…, cómo es sobre todo España, nuestra nación, nuestra patria: sus montañas, sus llanuras, sus ríos, sus mares, sus grandes ciudades. Cómo han sido los españoles de otros tiempos, cómo vivieron, qué grandes hechos realizaron. Cómo es de verdad, no a simple vista, lo que llamamos el mundo, el universo, el sol, la luna, las estrellas. Cómo son las piedras, y las plantas, y los animales, y el hombre, y la luz, el aire, el agua, el fuego, la electricidad y más y más todavía….todo lo que ha costado a los hombres siglos y siglos, el conocer y descubrir por dentro.
A Cossío Germán Somolinos sí lo conoció personalmente pues estuvo a su vera cuando el 15 de mayo de 1935 se celebró en Bustarviejo el tercer aniversario del Teatro y el Coro de las Misiones Pedagógicas y Cossío leyó un hermoso mensaje de elogio a los miembros de la farándula, un extracto del cual se puede escuchar en este documento audiovisual.
Al que no tuvo oportunidad de tratar fue a Francisco Giner de los Ríos, pero no obstante en 1965 se atrevió a ofrecer a los lectores de Cuadernos Americanos su visión del que Juan Ramón Jimenez definiera como “silbante víbora de luz…leonzuelo relampagueante…enredadera de ascuas”. Ahí comentó que había creado su imagen del fundador de la Institución Libre de Enseñanza “en el monte, en la sierra, en las veredas camineras de Castilla, entre los pinos del Guadarrama” pues había recorrido con sus discípulos los mismos caminos que había hecho el maestro de los institucionistas. Así había visitado, como si fuese un peregrino, La Pedriza, Siete Picos, Peñalara, el Alto del León, los encinares del Pardo. Esos recorridos “sintiéndolos en su más mínimo detalle” hicieron mucho más en su formación espiritual que la obtenida en libros y cátedras, según Somolinos.
Retrato de Germán Somolinos.
Detalle de los frutos de la hacienda de Ameyalli.
Dada esa fuerte influencia institucionista en la educación de Germán Somolinos no ha de extrañar que una tarde de hacia 1960, visitando la pirámide de Teotihuacán junto al neurólogo Wilder Penfield, le cantase a ese científico canadiense canciones populares que este había conocido durante la estancia que había hecho en el laboratorio que tenía Pío del Río Hortega en la Residencia de Estudiantes antes de la guerra civil. Germán Somolinos las había aprendido en sus años escolares. Son aquellas cuyos versos dicen:
Eres alta y delgada como tu madre;
bendita sea la rama que al tronco sale.
Yo me subí al pino verde
a ver si la divisaba
y sólo divisé el polvo
del coche que la llevaba…
Ya se van los pastores a la Extremadura,
ya se queda la sierra triste y oscura.
Ya se van los pastores, ya se van
marchando…más de cuatro zagalas quedan llorando.