Primogénito de una familia numerosa Germán Somolinos recibió durante su vida escolar una sólida educación. Su infancia discurrió entre Bilbao, Alicante y Madrid donde se estableció definitivamente poco después de cumplir diez años. Entre 1922 y 1928 llevó a cabo sus estudios de bachillerato en un centro educativo original e innovador: el Instituto Escuela, que la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas creó en 1918. Allí un cualificado plantel de docentes le enseñaron a pensar e investigar, y le abrieron el camino para que desarrollase sus aptitudes físicas y sus capacidades creativas. Sus vivencias en el Instituto-Escuela fueron decisivas en su formación científica y humanística. Dejarían profunda huella en él como el propio Germán Somolinos evocaría años después en su exilio mexicano.
Germán Somolinos d’Ardois nació el 24 de febrero de 1911 en la ciudad de Madrid en el seno de una familia de clase media acomodada, con inquietudes culturales. Su padre -Germán Somolinos y Serrano-, originario de Ocaña (Toledo), tenía estudios de economía. Por aquel entonces, cuando tenía 28 años, trabajaba en un banco. Posteriormente sería agente de compañías de seguros. Fallecería en plena guerra civil en 1938. Su madre -María del Rosario Ardois Caraballo-, nacida en San Fernando (Cádiz), tenía 26 años. Viviría hasta 1977, sobreviviendo a su hijo Germán que falleció en 1973.
Foto de la familia Somolinos d'Ardois. De izquierda a derecha: Elena, Alejandro, Amalia, María (la madre) con Carmela en brazos, Germán Somolinos padre debajo de Germán Somolinos hijo y Rosario. "A la vuelta del baño en la playa", Alicante 1928.
La familia paterna tenía raíces en la provincia de Guadalajara: su abuelo -Valentín Somolinos-, había nacido en Prádena y su abuela, Alejandra Serrano, en Sigüenza. Por su parte la familia materna tenía orígenes andaluces y relaciones con las islas Filipinas. Su abuelo, Enrique Ardois y Casaus (1840-1895), había nacido en Sevilla mientras que su abuela María del Rosario Caraballo (1865-1938) era originaria de Manila.
Germán Somolinos d’Ardois se crió en el seno de una familia numerosa. Tuvo un hermano, Alejandro (1915-2002), que le acompañaría en su exilio mexicano, y cuatro hermanas: Rosario (1913-1980), Amalia (1917-2007), quien se casaría en la década de 1940 cuando era bibliotecaria del CSIC con el helenista Francisco Rodríguez Adrados, Elena (1920-2016) y Carmela (1924-2014).
El originario hogar familiar, donde nació Germán Somolinos, estaba ubicado en el Paseo del Rey nº 14, tercero izquierda, próximo a la ermita de San Antonio de la Florida, donde fue bautizado. Ese lugar, fuente de inspiración para el genio artístico de Goya, sería considerado por otro exiliado -el escritor Antoniorrobles- como el rincón de Madrid donde nació el pueblo español en el tránsito del siglo XVIII al siglo XIX. En su exilio mexicano la familia Somolinos recogió esas reflexiones de ese gran escritor de literatura infantil que fue Antoniorrobles y las incorporó al álbum familiar que Juan o Jan Somolinos a la muerte de su padre trajo de México a Madrid.
Germán Somolinos finalizó sus estudios de Bachillerato el 20 de junio de 1928, cumplidos los 17 años. Los efectuó en el Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza donde verificó el examen de ingreso el 16 de septiembre de 1922, semanas antes del inicio de la dictadura del general Primo de Rivera.
Esa peculiar institución educativa había sido fundada por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas en 1918 como lugar de ensayo de nuevos métodos pedagógicos y centro de formación de futuros profesores que habrían de renovar los contenidos de la segunda enseñanza.
Logo del Instituto Escuela.
Los responsables del Instituto-Escuela diseñaron un plan de estudios destinado a una educación integral de los bachilleres, equilibrada entre las ciencias y las humanidades, preocupada por enseñar a investigar y por estimular las capacidades creativas de su alumnado. De ahí que se alentase el aprendizaje de lenguas modernas impartidas por profesorado extranjero, la práctica deportiva, los trabajos manuales, las labores experimentales en las asignaturas científicas. Y también el buen decir y bien escribir en las asignaturas humanísticas mediante lecturas orientadas de clásicos de la literatura universal y española a través de una colección específica de textos literarios denominada Biblioteca Literaria del Estudiante, creada por Ramón Menéndez Pidal y sus colaboradores del Centro de Estudios Históricos de la JAE.
En muchas aulas del Instituto-Escuela se practicaba la coeducación, conviviendo chicos y chicas en un ambiente de camaradería. Dada la intensidad de las actividades escolares y la frecuencia de actividades extraescolares como excursiones al campo o visitas a fábricas y talleres se forjaron sólidos lazos de amistad en el alumnado y una relación estrecha con sus profesores y profesoras.
Según consta en las recomendaciones periódicas que enviaban los responsables del Instituto-Escuela a los familiares de sus alumnos, Germán Somolinos en sus primeros años de escolaridad no sobresalió. Pero a medida que fue avanzando curso a curso en el bachillerato él se sintió más cómodo y motivado en su proceso de aprendizaje.
Frente a la cámara y en primera fila, Germán Somolinos d'Ardois en uno de los viajes de estudio del Instituto Escuela, hacia 1928.
Así, al finalizar sus estudios de bachillerato, Germán Somolinos, criado en un ambiente favorable a la acumulación de recuerdos mediante prácticas coleccionistas, tuvo la idea de llevarse consigo como trofeo o recompensa de sus vivencias escolares un pequeño cuaderno que sus familiares han conservado transcurrido un siglo.
En él reunió dedicatorias y autógrafos de unas decenas de personas que le dejaron huella en su convivencia en los pasillos y las clases de la sede del Instituto-Escuela, ubicada en los altos del Hipódromo de Madrid, en las proximidades de la actual Residencia de Estudiantes. Ahí dejaron su firma algunos de sus profesores y profesoras. El de Música, el relevante director Rafael Benedito Vives, estampó la siguiente dedicatoria:
Siempre he tenido por ti -bien lo sabes- una predilección, porque sin ser pelotillero (lo que más odio) fuiste siempre respetuoso y gran amigo de la Música. Por eso te dedico este recuerdo para hacerte efectiva mi simpatía y mi cordialidad.
El de Lengua y Literatura, el relevante filólogo Samuel Gili Gaya, de origen catalán, dedicó su recuerdo a un “científico literato” previendo el carácter híbrido del futuro de su alumno, quien destacaría años después en su exilio mexicano como historiador de la medicina.
Victoria Kent, quien tras la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931 tendría importantes responsabilidades políticas como diputada y directora general de Prisiones, escribió estas palabras:
Buen chico; tendremos tu recuerdo siempre, no olvides tu esta casa.
Su alumno no olvidó esa casa pues muchos años después, cuando estaba lejos de su tierra natal, hacia 1961, Germán Somolinos trazó una breve, pero emotiva, historia del Instituto-Escuela. En ella reflexionó sobre las características de los dos millares de alumnos que habían recibido enseñanzas en ese centro educativo, de los que unos 120 se encontraban exiliados en México. Esos nexos comunes que los mantenían unidos por encima de la lejanía y del tiempo eran en su opinión
la canción, el recuerdo de las horas de convivencia fraternal en aulas, paseos y excursiones y el afecto sincero e invariable de todos para todos sin distinciones entre profesores y alumnos o entre mayores y pequeños.
La práctica excursionista fue probablemente una de las actividades escolares que dejaron más profunda huella entre quienes participaron en las actividades educativas del Instituto-Escuela. Hundía sus raíces esa práctica docente en la labor impulsada desde la década de 1880 por los pedagogos vinculados a la Institución Libre de Enseñanza (ILE), cuyo ideario continuaban quienes estaban conectados con las instituciones educativas y científicas vinculadas a la JAE. Esos pedagogos y pedagogas institucionistas, entre los que destacaron Francisco Giner de los Ríos, impulsor de la ILE, su principal discípulo y amigo Manuel Bartolomé Cossío, así como María de Maeztu y María Goyri, plantearon que tan importante era el aprendizaje en el aula como fuera de ella. Por ello alentaron la práctica excursionista.
Con ella se favorecía la educación de los sentidos y se aguzaban las dotes de observación de la naturaleza y las huellas humanas en el paisaje. Germán Somolinos usó su cámara fotográfica como prolongación de su ojo para escudriñar numerosos parajes y tipos humanos de diversos lugares de España y dejar grabados para la posteridad momentos de diversión y placer en una actividad escolar que combinaba afán de conocimiento con el juego y el goce estético.
Esas excursiones eran guiadas por profesores comprometidos con el ideario educativo institucionista. En su exilio mexicano Germán Somolinos rindió homenaje a dos de ellos. Uno de ellos fue el sr. Navarro [se refiere al catedrático de Filosofía Martín Navarro Flores]. De él escribió:
Fue el maestro de todo el día. El de la educación personal, el que nos dirigía en el aula, en los corredores y pasillos, en el campo de deportes y en la naturaleza salvaje del Pardo o de la Sierra. Su labor fue de esmeril. Pulir y retocar continuamente con tesón y constancia admirables aquella masa bruta hasta hacer salir al exterior lo que de bello y aprovechable llevábamos dentro.
El otro, el catedrático de Geografía e Historia, Francisco Barnés, quien luego durante la Segunda República sería ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes por dos veces. En las excursiones transmitió a sus estudiantes la afición y el interés por el extraordinario legado artístico diseminado por tierras de España. Tras su muerte en el exilio mexicano Germán Somolinos evocó la impronta que dejó en sus estudiantes de esta manera:
El Sr. Barnés fue el maestro del espíritu. A él debemos el gusto y la comprensión por las cosas bellas...¡Con cuanto esfuerzo corporal nos llevó, muchas veces contra nuestra voluntad, a contemplar y estudiar obras de arte hasta hacernos despertar la sensibilidad y el gusto hacia ellas! Creo que si alguien hizo realidad la famosa frase del Sr. Cossío: A la ética por la estética, fue el Sr. Barnés con los alumnos del Instituto-Escuela.
Quienes impulsaron y sostuvieron el Instituto-Escuela alentaron el uso de actividades deportivas y lúdicas por su carácter formativo. De ahí que los juegos y los deportes estuviesen incorporados en la vida cotidiana de los escolares. Para los pedagogos institucionistas, preocupados por quitar “sombras y fantasmas de la vida del niño”, era fundamental entremezclar la seriedad y aplicación en el estudio con el entretenimiento proporcionado por el ejercicio de juegos y deportes.
El equipo de baloncesto del Madrid F.C. hacia 1931. Germán Somolinos es el primero a la izquierda.
El equipo de baloncesto del Madrid F.C. del que formó parte Germán Somolinos, 1931. De izquierda a derecha: Somolinos, Hermes, Ortega, Arnáiz, Linares, Cabrera y Negrín.
Los alumnos y las alumnas del Instituto-Escuela dedicaban varias horas a la semana a la práctica de deportes individuales como el atletismo y colectivos como el fútbol o el baloncesto. Con ellos se tonificaba y fortalecía el cuerpo, se estimulaba el afán de superación y se alentaba el espíritu de cooperación pues en los deportes de equipo es fundamental la coordinación y la ayuda mutua entre todos sus integrantes.
Germán Somolinos con la camiseta de deportes del Instituto Escuela junto a mujeres deportistas en un evento atlético, 1927.
Imagen de un evento deportivo del Instituto Escuela, 1926.
En el plan educativo del Instituto-Escuela se estimuló el uso de ejercicios y deportes colectivos para conseguir que quienes participasen en ellos aportasen su concurso más o menos valioso y “evitar al mismo tiempo que el débil, al verse impotente contra el fuerte, pierda el estímulo que debe acompañar a toda existencia, y sumiéndose en el desencanto deje de efectuar un deporte o un ejercicio que le sería muy útil para su completo desarrollo físico” como expusiese el mismo Germán Somolinos en un escrito del 21 de enero de 1929 en el que reflexionó sobre el uso del deporte en el Instituto-Escuela.
Fotografías hechas por Germán Somolinos conservadas en un álbum sobre los deportes practicados en el Instituto-Escuela, 1928 - 1929.
Álbum de deportes hecho por Germán Somolinos. En las dos primeras imágenes aparece vestido de deportista, 1928 - 1929.
Él mismo dedicó muchas horas a la práctica deportiva: destacó como portero de su equipo escolar en sus tiempos de bachiller. Ejerció también a partir del curso 1928-1929 de profesor auxiliar de juegos y deportes a los alumnos del Instituto-Escuela. En su etapa de estudiante universitario de Medicina se integró en importantes equipos de baloncesto del Madrid republicano.
Cuando hizo sus estudios de bachillerato participó en fiestas atléticas. Una de ellas se celebró en la explanada donde luego se construiría el Instituto Nacional de Física y Química, al lado de la que es actualmente la sede central del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Un testigo -el joven profesor Enrique Lafuente Ferrari - dejó un elocuente testimonio de aquel momento, publicado en La Gaceta Literaria en junio de 1928 cuando Germán Somolinos se graduó de bachiller. A él pertenecen los siguientes párrafos:
Han terminado -la seis- las clases en el Instituto. Pero los chicos no se van. Al contrario, vienen aún más; los compañeros de las clases primarias, los muchachos de Miguel Angel...Y vienen los amigos y familias y los profesores, y más gente aún. Es fiesta en el Instituto-Escuela. Fiesta auténtica, compatible con las clases del día recién acabadas, fiesta íntima, sin empaque solemne, ni dosel ni estrados.
Fiesta...Los chicos van siendo uniformados, pero con el sencillo uniforme universal y ligero del deporte; la chaquetilla blanca, los oscuros pantalones cortos, brazos y piernas al aire y al sol de la tarde. Las muchachas, de blanco, agrupan también sus batallones olímpicos. Y al salir, todos, llenan el vasto rectángulo con la alegría serena y tranquila de las líneas de jóvenes atletas escalonados desde las infantiles huestes de diez años hasta la fuerte envergadura de los de sexto. Los grupos tienen sus capitanes; dominan, sin embargo, las capitanas. Las muchachas, con autoridad decidida y maternal tan espontánea, dirigen los movimientos y recorren las filas. Y el silbato, es imperativo categórico del deporte, suena. A su sonido, ese mar de cabezas y de jóvenes miembros se mueve con ritmo y medida.
Tras unos ejercicios, otros. Cada uno tiene su ritmo especial y la variedad, divirtiendo, no cansa... ¿Qué es esto? Esto es algo más que la fiesta de un colegio. Esto es un ensayo, primero y único, entre nosotros de introducir en la educación esa alegría y esa claridad que tanto faltan en la sórdida vida española. Muchachos y muchachas, bajo el sol, en el disciplinado ejercicio que ellos han preparado y que ellos dirigen.
Los ejercicios siguen. Las carreras, los saltos ponen color en las mejillas de los jóvenes atletas y en los ojos el brillo alegre del rápido circular de la sangre joven.
No hay competiciones, sino ejercicio puro, sano principio del Instituto, hasta en sus fiestas...Estas son las reflexiones del profesor miope que hubiera querido nacer más tarde. Mientras tanto, los ejercicios han acabado. El blanco ejército de atletas se desbanda en un revoloteo confuso y gorjeador. Todo sencillo, claro, puro. El sol ha descendido ya, pero queda aún esa claridad tranquila del atardecer de mayo. La sierra sigue poniendo su azul de esperanza en el horizonte.
Fiesta atlética del Instituto Escuela, 1932.