Personaje
María Moliner (María Juana Moliner Ruiz, 1900-1981) es uno de los personajes clave del siglo XX por su aportación a la lexicografía. Su nombre está unido para siempre al Diccionario de uso del español, una obra excepcional por su ambición y rigor que justifica plenamente su vida de estudiosa de la filología, pero esta actividad no ha eclipsado su dilatada trayectoria como archivera y bibliotecaria desde 1922 a 1970.
Nació en Paniza (Zaragoza) el 30 de marzo de 1900, en una familia formada por Enrique Moliner, médico, y Matilde Ruiz. La familia se instaló en Madrid a los pocos años y María Moliner se educó en el ambiente de la Institución Libre de Enseñanza. El abandono de su padre, que marchó a Argentina como médico de barco y no regresó, marcó su adolescencia. Las circunstancias familiares la obligaron desde joven a colaborar en la manutención familiar, pero no la apartaron de su vocación por los libros. María Moliner terminó el bachillerato en el Instituto General Técnico de Zaragoza, adonde volvió con su madre y sus hermanos. Años después se licenció en Geografía e Historia con brillantez en la universidad zaragozana. Aunque le apasionaba la enseñanza, en 1922 ingresó por oposición, y con el número 7, en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Era la sexta mujer que accedía al Cuerpo facultativo.
María Moliner formaba parte de una generación de pioneras que había llegado a la Universidad a raíz del decreto de 1910, haciéndose un sitio en un mundo de hombres. Su identidad se había fraguado en el estudio y la superación intelectual. Tras un primer destino en el Archivo General de Simancas, en 1923 pidió el traslado al Archivo Histórico Nacional y, al no lograrlo, al Archivo de la Delegación Provincial de Hacienda de Murcia. A comienzos de 1930 se incorporó al Archivo de la Delegación Provincial de Hacienda de Valencia y fijó su residencia en la capital del Turia, donde se desarrollaría su etapa profesional más brillante.
La llegada de la Segunda República la impulsó a colaborar con las Misiones Pedagógicas y a comprometerse con la lectura pública. Su fe en la cultura la llevó a crear una red de 105 bibliotecas rurales, una experiencia que volcó en el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía que se celebró en Madrid en 1935. Al desencadenarse, tras el golpe militar de 1936, la Guerra Civil, el rector José Puche, le encargó la dirección de la Biblioteca Universitaria valenciana. A esta responsabilidad se sumó la dirección de la Oficina de Adquisición de Libros y Cambio Internacional. Desde estos puestos capitales, Moliner, gestora tenaz, diseñó un proyecto para reorganizar el préstamo de libros: el Plan para una Organización de las Bibliotecas del Estado. Conocido como el Plan María Moliner, la reforma quedó abandonada en un cajón tras la victoria franquista y María Moliner fue postergada e inhabilitada para el desempeño de puestos de mando. Volvió a su discreto puesto del Archivo de Hacienda, hasta que en 1946 se hizo cargo de la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid, su último destino. En medio de ese destierro nació su aventura con las palabras.