Podcast de la BTNT

Este es un podcast de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás. Para más información podéis conectaros a la página de la Web de la biblioteca http://biblioteca.cchs.csic.es/podcast.php

Título: GALDÓS Y EL “ESCORIAL DE LOS MARES” (1805)
Texto: Agustín Guimerá Ravina, Instituto de Historia (CCHS-CSIC).
Locución: Javier Cao (narrador); Javier Aguado (fragmentos de Trafalgar)
Fecha: 23 de abril de 2020
Duración: 08:50 minutos
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Día Internacional del Libro 2020

Las ilustraciones de Trafalgar que acompañan al texto se han tomado de la edición de 1882, ilustrada por los hermanos Mélida, que ofrece la Biblioteca Digital Hispánica.
Pérez Galdós, Benito, Trafalgar; La corte de Carlos IV, Madrid, Administración de La Guirnalda y Episodios Nacionales, 1882. Disponible en: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000201259&page=1 [Consultado el 14 de abril de 2020] Imágenes tomadas de las páginas 17, 88, 99 y 109.

Fotografía de Galdós Don Benito Pérez Galdós

Nuestro gran novelista inició sus famosos “Episodios Nacionales”, con su obra Trafalgar, que todos leímos en nuestra adolescencia. Aquel combate naval, ocurrido en las proximidades del cabo del mismo nombre el 21 de octubre de 1805, enfrentó a la escuadra combinada hispano-francesa (33 navíos), al mando del marino Pierre Ch. S. de Villeneuve (1763-1806), con la escuadra británica (27 navíos), mandada por el vicealmirante Horatio Nelson (1758-1805). Debido a los errores del almirante francés, aquella lucha naval –una de las más duras que se libraron en el siglo XIX- supuso una gran derrota para los aliados, que causaron miles de bajas y la pérdida de 22 navíos, entre presas del enemigo y naufragios ocurridos durante el fuerte temporal que sobrevino tras el combate. El propio Nelson murió durante la lucha. Desde entonces, este hecho de armas ha generado una gran fascinación en literatos, artistas e historiadores.

Galdós escribió su relato en 1873, estimulado por el encuentro con uno de los últimos supervivientes del combate. Eligió este acontecimiento histórico para comenzar su magna obra, imbuido por la visión liberal de su época, que consideraba el reinado de Carlos IV (1788-1808) como un período donde se había gestado la decadencia posterior española y el fin de su gran imperio ultramarino. Como es sabido, eligió como hilo conductor de su novela a un personaje gaditano, Gabriel Araceli, de catorce años, que se enrola como paje en el navío Santísima Trinidad, buque insignia del jefe de escuadra Baltasar Hernández de Cisneros (1756-1829), que mandaba el centro de la escuadra combinada.



Planos de la Santisima Trinidad antes de ser convertida a cuatro puentes. Propiedad del Museo Naval de Madrid

Este navío fue el más grande de su tiempo. Construido en La Habana en 1769, constaba originariamente de tres puentes, pero fue convertido en un buque de cuatro puentes en 1796. Sus dimensiones eran gigantescas: 63 metros de eslora, 16 metros de manga y 8 metros de puntal, desplazando cinco mil toneladas. Si a ello añadimos su enorme arboladura, no es casual que se le designara como el “Escorial de los mares” y fuera codiciado por los británicos, que estuvieron a punto de capturarle en el combate del Cabo de San Vicente el año 1797. En Trafalgar contaba con 140 piezas de artillería y una dotación de 1.160 hombres. Era un verdadero gigante de madera, cáñamo, brea, hierro y velamen.

Así describe Galdós la arribada de Gabriel al Santísima Trinidad, fondeado en la bahía de Cádiz:

“A medida que nos acercábamos, las formas de aquel coloso iban aumentando, y cuando la lancha se puso al costado, confundida en el espacio de mar donde se proyectaba, cual en negro y horrible cristal, la sombra del navío; cuando vi cómo se sumergía el inmóvil casco en el agua sombría que azotaba suavemente los costados; cuando alcé la vista y vi las tres filas de cañones asomando sus bocas amenazadoras por las portas, mi entusiasmo se trocó en miedo…”

Un navío era la máquina más sofisticada de la época, comparable a un portaviones de hoy. Concentraba en su ser todos los avances técnicos que se habían desarrollado hasta entonces: construcción naval, armamento, cartografía, instrumentos náuticos, organización de personal y logística, etc. Su bodega y almacenes reunían toneladas de pólvora, munición, carbón, efectos y alimentos para su navegación: maderas y cordajes de repuesto, agua, vino, licores, aceite, legumbres, raciones de bizcocho, carne y pescado salado, incluso animales vivos como reserva. La fruta y verduras se estropeaban enseguida.

Era un mundo en sí mismo, donde el espacio se diseñaba en relación a sus funciones marineras y militares: bodega, sollado, puentes con sus baterías, cámaras del comandante y oficiales, pañoles de toda clase –pólvora, carpintería, enfermería, efectos navales, etc.-, caja de bombas… Formaba una sociedad jerarquizada, constituida por oficiales de guerra y mar, artilleros, infantes de marina, marineros, grumetes y pajes. Sus miembros servían a este poderoso artilugio de combate, tal y como nos cuenta Galdós en su libro, por boca de Gabriel:

“Pero en cuanto subimos, y me hallé sobre cubierta, se me ensanchó el corazón. La airosa y altísima arboladura, la animación del alcázar, la vista del cielo y la bahía, el admirable orden de cuantos objetos ocupaban la cubierta… la variedad de uniformes; todo, en fin, me suspendió de tal modo, que por un buen rato estuve absorto en la contemplación de tan hermosa máquina…”

El combate de Trafalgar se inició a la doce de la mañana. Nelson había diseñado un plan de ataque en dos columnas para romper la línea de batalla hispano-francesa en dos puntos, y envolver a los navíos enemigos en una lucha desigual. El protagonista de la novela galdosiana, recuerda aquellas horas de lucha, horror, heroísmo y muerte, utilizando de nuevo la hermosa metáfora del navío como un organismo dotado de vida propia:

“Se me representan los barcos, no como ciegas máquinas de guerra, obedientes al hombre, sino como verdaderos gigantes, seres vivos y monstruosos que luchaban entre sí, poniendo en acción, como ágiles miembros, su velamen, y cual terribles armas, la poderosa artillería de sus costados…y aún ahora me parece que los veo acercarse, desafiarse, orzar con ímpetu para descargar su andanada, lanzarse al abordaje con ademán provocativo, retroceder con ardiente coraje para tomar más fuerzas, mofarse del enemigo, increparle; me parece que les veo expresar el dolor de la herida, o exhalar noblemente el gemido de muerte…”

Comienzo del combate de Trafalgar, Al mediodia del 21 de octubre de 1801. El navío británico "Royal Sovereign" corta la línea de la escuadra aliada, entre el navío español "Santa Ana" y el navío francés "Fougueux"; óleo de Monleón, siglo XIX. Propiedad del Museo Naval de Madrid.

Pese a los esfuerzos de su dotación, el Santísima Trinidad pronto se vio envuelto por varios navíos británicos, que le infringieron un duro castigo. La táctica de Nelson había dado resultado. Al final, el navío español tuvo que arriar bandera. El balance de bajas fue importante: más de doscientos muertos y cien heridos. A las cinco de la tarde todo había terminado. Diez navíos hispano-franceses pudieron retirarse a Cádiz y otros cuatro habían tomado rumbo al norte, no habiendo participado activamente en la lucha.

Gravina (1756-1806), comandante de la escuadra española en Trafalgar, fallecido a consecuencia de su herida en el combate. Busto en terracota, siglo XVIII. Propiedad del Museo Naval de Madrid.

Los británicos intentaron remolcar al Santísima Trinidad a Gibraltar, como trofeo, pero el estado de la mar dificultaba la operación. Más aún, el jefe de escuadra Antonio de Escaño (1752-1814), que había asumido el mando de los restos de la escuadra combinada en Cádiz, dio orden de que saliesen a la mar los siete navíos y cuatro fragatas que estaban en condiciones de combatir, para intentar rescatar las presas. Se consiguió rescatar así dos navíos apresados. Dada esta presión militar aliada y las malas condiciones meteorológicas, el nuevo jefe de la escuadra británica, vicealmirante Cuthbert Collingwood (1748-1810) ordenó hundir algunas presas, entre ellas el Santísima Trinidad.

Largo tiempo después se pudieron rescatar algunos cañones de este gran navío y hoy hacen guardia en el exterior del Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando. En el Museo Naval de Madrid se custodia además el cuadro de la Santísima Trinidad que presidía la cámara del comandante en aquella jornada dramática de 1805, teniendo la huella de un disparo de mosquete en su lienzo. Fue rescatado por un oficial británico, antes de que el navío fuese al fondo del mar, y donado al museo años después. Por su parte, el relato de Galdós nos seguirá recordando el protagonismo del Santísima Trinidad en aquel combate, despertando nuestra imaginación sobre lo ocurrido hace siglos. La historia seguirá viva, pese al tiempo transcurrido.

La Santísima Trinidad, óleo de autor desconocido, siglo XVIII, que estaba situado en la cámara del comandante del navío "Santísima Trinidad", durante el combate de Trafalgar. Propiedad del Museo Naval de Madrid

Agustín Guimerá Ravina
Instituto de Historia (CCHS-CSIC)



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