La pieza del mes

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Portada del libro Diario de un testigo de la guerra de África

En esta sección presentamos periódicamente algunos de los ejemplares más relevantes de las colecciones de nuestra Biblioteca y Archivo.

La pieza de este mes está dedicada al Diario de un testigo de la guerra de África, por Pedro Antonio de Alarcón.


La pieza que presentamos este mes refleja un momento muy especial para la vida de Pedro Antonio de Alarcón, para la historia de España y para la historia del periodismo de guerra.

Su autor, Pedro Antonio de Alarcón nació en Guadix (Granada) en 1833, en una familia arruinada durante la Guerra de la Independencia, lo que hace que ingrese a un seminario con vistas a que la carrera religiosa le sostenga económicamente y donde adquirirá conocimientos en gramática, latín y filosofía. Comienza a escribir obras teatrales pero pronto abandona el seminario por no ser acorde a su vocación.

Huyendo del ambiente provinciano que le ahoga en Guadix, se vuelca en la literatura y pronto inicia el viaje a Cádiz y a Madrid, de donde debe volver para cumplir el servicio militar pero del que su padre consigue librarle con no poco esfuerzo. En 1854 pasará a dirigir en Granada El Eco de Occidente integrándose en la vida literaria de la ciudad. A mitad del año el general Leopoldo O’Donnell se levanta y en Granada Alarcón se dirige a los insurrectos escribiendo un panfleto con su ideología revolucionaria. Quizá, huyendo de la inseguridad, se mueve a Madrid y comienza una etapa de duros ataques a la Monarquía, la Iglesia y a los periódicos conservadores desde el libelo El Látigo.

A raíz de una crítica al compañero periodista José Heriberto García de Quevedo, se cruzan en duelo el 13 de febrero de 1855, donde Alarcón falló su disparo y García de Quevedo disparó al aire, perdonándole la vida. Este hecho es fundamental en su vida, retirándose de El Látigo e iniciando una deriva ideológica hacia el conservadurismo que quedaría reflejada en nuestra pieza del mes.

Por otro lado, en esos años España vivía un momento singular con la expansión de la influencia en África, expandiendo las bases de Ceuta y Melilla y apoderándose de las plazas de soberanía. Un momento definitivo se vive en 1859 cuando el general O’Donnell, como presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra, declara la guerra a Marruecos al escalar las escaramuzas en las afueras de Ceuta. Esto provoca la movilización militar y una ola de patriotismo y de producción literaria en la Península que impulsará a Alarcón a enrolarse y a escribir crónicas de guerra.

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Es éste un momento en el que las crónicas de guerra están naciendo. La Guerra de Crimea de 1853 vio el nacimiento de las crónicas de guerra modernas con periodistas como William Howard Russell narrando las atroces condiciones de vida de los soldados o la mítica carga de la Brigada Ligera. Todo ello crearía una nueva manera de contar las cosas que unos años después se plasmaría en el periodismo español con los trabajos de Joaquín Mola Martínez y de Víctor Balaguer, quienes remitieron las primeras crónicas de guerra acerca de la Segunda Guerra de unificación Italiana entre mayo y julio de 1859, conflicto al que seguiría enseguida la Guerra de África, narrada por nuestro protagonista.

Pedro Antonio de Alarcón recogería el testigo y con 26 años se enroló como voluntario en el Batallón de Cazadores de Ciudad Rodrigo. Desde el principio es importante su amistad con el general Ros de Olano, que le permitirá, por un lado, ejercer de soldado con notable autonomía de acción, así como cronista de una guerra que va a contar con una ávida curiosidad desde la población española. Importa también esta amistad puesto que el oficial no es visto tanto como un superior jerárquico sino como verdadero padre por sus subordinados.

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Alarcón no se va a encuadrar en su regimiento, sino que viajará a Málaga a contratar a un fotógrafo que, por la época y la localización pensamos que se trataría de Enrique Fazio Fialo. No existe documentación oficial que los una de manera fehaciente, pero sabemos que en diciembre de 1859 está en el embarcadero de Málaga junto a Alarcón y otras tropas del general Ros de Olano.

Ya el 12 de diciembre Alarcón llega a Ceuta, a partir de la cual se instala en el campamento de la Concepción, donde recibe un balazo en el pie en su defensa y de allí pasó al cuartel general del general en jefe como ordenanza exento de servicio. Esto no le impidió estar presente en la batalla de los Castillejos, en Río Capitanes, en Cabo Negro y en la refriega de Guad-el-Jelú por la que le fue concedida la Cruz de San Fernando. Sus andanzas bélicas le llevan a la toma de Tetuán, acto final de la campaña bélica y donde las presiones diplomáticas de Gran Bretaña fuerzan a la finalización del conflicto.

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En sus crónicas describe la vida de los soldados y se deshace en elogios hacia ellos. También es laudatorio hacia los jefes de la campaña, Ros de Olano, O’Donnell y Prim, todos ellos militares que entrarán de lleno en la vida política en el futuro. Alarcón será alabado por su prosa realista y costumbrista, y rechazado por otros tantos por enfático y patriotero. En cuanto a su obra, está profusamente ilustrada con 130 grabados originales de la época. El sistema de placas de colodión húmedo que manejaba Enrique Fazio es poco manejable y pronto parten caminos, algunos dicen incluso que en términos poco amigables, y la mayoría de grabados de la obra serán del francés Charles Yriarte, que con su sistema de dibujos aprovecha la técnica en bellísimos grabados.

El 22 de marzo de 1860 se licencia al soldado Alarcón, que ha ido mandando sus crónicas a El Museo Universal, creando una base de lectores que devorará sus historias llegarán a escribirle 20.000 cartas. Posteriormente condensará estas historias en esta obra, el Diario de un testigo de la Guerra de África, verdadero éxito de ventas que agotó la primera edición de 50.000 ejemplares de pocos días. El legado del libro sería darle por primera vez en su vida una estabilidad económica, una reputación como literato y la oportunidad de viajar por Italia y Europa, viajes de los que también dejaría crónica escrita.

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Texto: Fernando Pastor
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