La pieza del mes

Por todos es conocido que diciembre es el mes de la Lotería, lo que igual no saben es que nuestra biblioteca fue pensada como salón de sorteos de la entidad Loterías y Apuestas del Estado y en él se habría cantado el Gordo de Navidad de haber llegado a su fin el plan. Por esto, no podíamos terminar el año sin hacer referencia a este tema y cómo no, a un pequeño libro que forma parte de nuestra colección.

En 30 de septiembre de 1763 Carlos III decretó el establecimiento en Madrid de la Real Lotería en beneficio de Hospitales, Hospicios y Obras Pías. Siendo como eran de impopulares los impuestos entre el pueblo, el rey tuvo que buscar la manera de sanear las finanzas del reino sin exprimir a sus vasallos, para ello estableció una tasa sobre el juego que permitía equilibrar la recaudación de impuestos y la obtención de ganancias por parte de los jugadores en las que ponían todas sus ilusiones y esperanzas.

Durante siglos el juego había sido perseguido legalmente por soberanos y pontífices. El propio Carlos III había penalizado el juego que fomentaba la codicia entre el pueblo y era objeto de fraude y desorden. Tras aceptar el hecho de que el juego no desaparecería el monarca tuvo que hacer frente al desafío de encontrar la forma de legitimarlo ante la sociedad. Un precedente importante lo constituyó el hecho de que el Vaticano, en vista de que cualquier actuación en contra del juego resultaba infructuosa había decidido gravarlo, como vicio humano que era.

El estado estableció el monopolio sobre la Lotería lo que, además, de asegurar un control sobre el juego evitando excesos y pérdidas económicas a las familias prohibía la competencia.

La Real Lotería consistía en el sorteo de cinco números de 90 totales que se correspondían con el nombre y apellidos de otras tantas doncellas pobres pertenecientes al Colegio de las Desamparadas, al Real Hospicio o al Colegio de Monterrey y que recibían una recompensa si su nombre resultaba agraciado.

El jugador adquiría en las administraciones oficiales unos pagarés en los que se fijaba el número o números, llamados suertes, con los que hacía su jugada y la cantidad o promesa que se recibiría si sus números eran extraídos.

El sorteo o extracción que se realizaba públicamente estaba presidido por un ministro del Consejo de Hacienda y consistía en el reparto público de las listas en las que se incluían los 90 números y sus correspondientes nombres femeninos. A continuación, se introducían en una arquita las 90 bolas de marfil que guardaban en su interior los nombres de las doncellas. Ya en aquel entonces, la mano inocente era la de un colegial de San Ildefonso, quien extraía las cinco bolas de las que se sacaba el número, nombre y apellido.

Los números premiados eran exhibidos públicamente hasta la fecha del siguiente sorteo.

La Lotería fue un éxito y pronto comenzó a surgir la literatura relativa al tema, comenzando por las primeras instrucciones y las publicaciones cabalísticas. Uno de estos libros es el ejemplar que os mostramos este mes, el Arte de Jugar a la Real Lotería que fue publicado por el impresor Manuel Muñoz Compañía en Valencia en 1815. Se trata de un pequeño manual en forma de diálogo que defiende las bondades de la Lotería frente a otros juegos y previene contra los engaños que rodean al juego.

Quién sabe si su lectura nos ayudará para el próximo sorteo a los que no hemos sido agraciados con la suerte, y si no, disfrutaremos de sus curiosidades.

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