María Moliner: archivera y bibliotecaria

 

María Moliner cursó sus estudios de bachillerato en Madrid y Zaragoza, y se licenció en Historia, en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza (1921). En esta ciudad trabajó como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón, dirigido por Juan Moneva, colaborando en la realización del “Diccionario aragonés” de dicha institución (1917-1921). Esta primera etapa de trabajo sería muy importante en su formación como filóloga, y también asentaría las bases de su carrera como bibliotecaria y, sobre todo, como lexicógrafa.

A los 22 años ingresa en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos (1922), sería la sexta mujer que ingresaba en este cuerpo. Su primer destino la lleva al Archivo de Simancas (Valladolid) en donde está pocos años; enseguida se traslada al Archivo Provincial de Hacienda de Murcia (1924) donde permanecerá hasta 1929, año en el que ocupa su nuevo destino en el Archivo Provincial de Hacienda de Valencia.

María Moliner

Estos años en Murcia son muy importantes en la vida personal de María Moliner. En esta ciudad conoce al que será su marido y padre de sus cuatro hijos, Fernando Ramón Ferrando, joven licenciado en Física, con el que se casaría en 1925. También nacen en Murcia sus dos primeros hijos: Enrique (investigador médico, fallecido en 1999), y Fernando (arquitecto y profesor de la ETSA de Madrid). Sus dos hijos menores, Carmen (filóloga) y Pedro (ingeniero industrial, director de la ETSI de Barcelona, fallecido en 1986) ya nacerían en su nuevo destino de archivera en Valencia. Tanto María como su marido son dos intelectuales comprometidos con la sociedad en la que viven y a la que tratarán de dar lo mejor de sí mismos.

Es este compromiso con la sociedad, y su profundo conocimiento en la gestión de bibliotecas, lo que la lleva a desarrollar su etapa más importante como bibliotecaria que tendrá lugar durante la Segunda República (1931-1939). Es en este período donde María Moliner desarrolla sus proyectos más personales, ligados todos ellos al ideario de la Institución Libre de Enseñanza.

Una de las grandes preocupaciones de la Segunda República era extender la cultura popular, por lo que se crea el Patronato de Misiones Pedagógicas (1931), cuya labor era acercar la cultura a los pueblos, desarrollando actividades como representaciones teatrales, charlas, proyecciones cinematográficas, etc. y, lo más importante, dejar en estos lugares una pequeña biblioteca donde poder acceder a la lectura. En 1935 ya se habían creado 5.000 bibliotecas. Eran bibliotecas populares que se instalaban tanto en los pueblos como en las pequeñas aldeas que rodeaban al pueblo principal. Contaban, sobre todo, con obras para adultos, para fomentar el amor y el hábito a la lectura; de su custodia se encargaría casi siempre el maestro, ejerciendo una doble función, la de maestro y bibliotecario.

María Moliner, por su implicación en este proyecto, es nombrada miembro de la Delegación de Valencia del Patronato de Misiones Pedagógicas. Ella fue la que, consciente de la importancia de este proyecto, desarrolló un plan para organizar una red en la que se integraran las bibliotecas creadas por el Patronato de Misiones en la región de Valencia. Sobre este proyecto presentaría su trabajo “Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España” en una comunicación al II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, inaugurado por José Ortega y Gasset, que tuvo lugar en 1935. En ella traslada su concepto de cómo debería desarrollarse la Red de Bibliotecas rurales en Valencia.

En septiembre de 1936 fue llamada por el rector de la Universidad de Valencia, el Dr. Puche, para dirigir la Biblioteca universitaria. España está en plena Guerra Civil y el gobierno republicano se establece en Valencia. María Moliner deja su puesto de directora de la Biblioteca universitaria para entregarse de lleno a la dirección de la Oficina de Adquisición y Cambio Internacional de Publicaciones, y para trabajar como vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico.

Desde su puesto como miembro de la Sección de Bibliotecas dio forma a un Plan nacional de bibliotecas, que parece que se venía gestando desde antes. A mediados de abril de 1937 María Moliner presenta un Proyecto de bases de un Plan de organización general de Bibliotecas del Estado, que se publicó en 1939, y que ha sido considerado como el “mejor plan bibliotecario de España”.

Termina la Guerra Civil y con ella empieza la depuración de cargos, establecida a través de la formación de las “Comisiones depuradoras”. Ni María Moliner, ni su marido se verían libres de este “castigo”. Fernando Ramón, su marido, perdió la cátedra de Física de la Universidad de Valencia, y fue trasladado a Murcia; María regresó al Archivo de Hacienda de Valencia, bajando dieciocho niveles en el escalafón del Cuerpo. Su labor durante la II República le costó ser apartada a la fuerza de una vida que le apasionaba. Su rehabilitación como Facultativa del Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos no tendría lugar hasta más de veinte años después.

En 1946 su marido fue rehabilitado, pasando como catedrático de Física a la Universidad de Salamanca. La familia se traslada a Madrid y María Moliner retoma, en la capital, su actividad como bibliotecaria, incorporándose como directora de la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales que sería su último destino como bibliotecaria. En él se jubilará 24 años después (1970).

Aquí arranca la etapa del llamado “exilio interior”. Para Inmaculada de la Fuente, “resistió el ostracismo al que fue conducida por su pasado republicano, resistiendo elegantemente, en silencio, y creando”. María Moliner, que no tuvo una infancia y juventud fáciles, demostró a lo largo de su vida que era una mujer con tesón y, cuando le cerraron una puerta, ella abrió otra: su Diccionario.