Cervantes soñando

Miguel de Cervantes, entre falsos anda el juego

Centenario tercero de la publicación del inmortal libro, El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha : recuerdo de la función conmemorativa en el Teatro Real de Madrid a 9 de mayo de 1905

Como todos los grandes y pequeños escritores, Miguel de Cervantes fue acusado de plagiario y de apropiarse obras que no eran suyas. El Quijote juega a laminar y falsear las estructuras de la historia y desde la aparición de Cide Hamete Benengeli lo falso como elemento compositivo, en forma de traducción, se presenta más descaradamente. Al mismo tiempo, algunos textos de los preliminares de la novela están firmados por personas que no los escribieron. Tras la primera parte, ve la luz el Quijote de Avellaneda, apócrifo, sin el que el de Cervantes no sería lo que es.

A mediados del siglo XVIII comienza a hablarse del descubrimiento de El buscapié, una obra que Cervantes habría escrito para hacer propaganda de su novela e incitar a la lectura. Nadie lo ha visto pero los eruditos preguntan por él y se crea así un libro que no existía, hasta que en 1847, coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Cervantes, el erudito Adolfo de Castro lo publica con enorme aparato de notas. Decía haberlo encontrado en una feria, pero pronto se descubre que es obra del mismo Castro; sin embargo, a pesar de ello, se publica con las diferentes ediciones del Quijote que se hicieron en el siglo XIX y el temprano XX.

A lo largo de esas centurias se falsifican cartas y poemas, se le atribuyen obras que quizá no sean suyas y, sobre todo, se quiere, como con Shakespeare, conocer su rostro, encontrar algún retrato de quien simboliza la cultura nacional. La historia de los falsos retratos cervantinos se inicia en la Inglaterra dieciochesca y continúa en España. El más conocido de todos, el que figura aún en la Real Academia Española, es el resultado de repintar y envejecer una tabla antigua, a la que se le han añadido, erróneamente, datos como el nombre del pintor y el de Cervantes, a quien se representa con gola, adorno que no podía llevar por su condición social, como ya señalaron algunos eruditos en su momento. Igualmente era un error que se le diera el tratamiento de «don», que no tenía, y no se aplicara al pintor, que sí le correspondía. La aparición en 1911 de este cuadro también coincidió con la cercanía en el horizonte del otro centenario. Muchos falsarios aprovechaban esa circunstancia, pues había más receptividad y mejor mercado.

La polémica saltó pronto porque los partidarios de su autenticidad no permitieron que los críticos lo analizaran. El retrato se hizo cuestión nacional, sobre él se proyectaron las frustraciones de haber perdido el imperio y las esperanzas de grandeza; el retrato, de clara inspiración en los tipos del Greco –muy del gusto en el momento–, trasladaba el perfil «quijotesco» de los españoles y se convertía en la imagen de España, imagen moral y espiritual. Como decían sus defensores, el retrato tenía los rasgos de la españolidad.

Joaquín Álvarez Barrientos
Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (CSIC)

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