Acerca de Juan Cabr� Aguil�
Semblanza
Juan Cabr� Aguil� (Calaceite, 1882- Madrid, 1947) desarroll� durante la primera mitad del s. XX una importante labor en la estructuraci�n y caracterizaci�n de la prehistoria y protohistoria de la Pen�nsula Ib�rica. Dedicado a muy diversas cronolog�as y territorios, la trayectoria de Cabr� puede calificarse de puente entre la pr�ctica amateur de los aficionados y la emergente arqueolog�a profesional que surgi� con el proceso de institucionalizaci�n y profesionalizaci�n de la arqueolog�a en el primer tercio del s. XX. La biograf�a cient�fica de Cabr� es buena muestra de esta posici�n intermedia, enlace complicado pero necesario entre los aficionados o el anticuariado y la nueva disciplina arqueol�gica, crecientemente profesionalizada.
Formado en el Seminario de San Jos� en Tortosa (Tarragona), en la Escuela de Artes y Oficios y en el estudio de Mariano Oliver Aznar de Zaragoza, Cabr� consigui� en 1903 una beca de la Diputaci�n de Teruel para estudiar Bellas Artes en la Real Academia de San Fernando de Madrid. Desde las Bellas Artes, su actividad profesional se ir�a encaminando poco a poco hacia la arqueolog�a. Varios contactos que se inician en estos a�os explican esta elecci�n y su trayectoria posterior. En primer lugar, su relaci�n con el c�rculo de la Real Academia de la Historia y, especialmente, con quien iba a tener un importante papel en su trayectoria profesional, Enrique de Aguilera y Gamboa, Marqu�s de Cerralbo. En segundo lugar, su contacto con la arqueolog�a de su Bajo Arag�n natal a partir de su vinculaci�n con el grupo editor del Bolet�n de Geograf�a e Historia del Bajo Arag�n, que le llevar�a a unas primeras actuaciones en asentamientos ib�ricos de la zona como San Antonio de Calaceite. El tercer hecho importante se desencadena a ra�z del hallazgo de las primeras pinturas de arte rupestre levantino que se daban a conocer en Espa�a, la Roca dels Moros en Calapat� (Teruel), que le permitieron trabajar con Henri Breuil y el Institut de Pal�ontologie Humaine de Par�s. Esta colaboraci�n con Breuil, que se prolongar�a durante varios a�os, fue el marco en que Cabr� conoci� la arqueolog�a que se estaba llevando a cabo en Europa.
En los a�os siguientes, Cabr� form� parte de las reci�n creadas instituciones nacionales encargadas del patrimonio arqueol�gico, como la Comisi�n de Investigaciones Paleontol�gicas y Prehist�ricas (1912-1916) y el Centro de Estudios Hist�ricos (1917-1939). Al mismo tiempo dirig�a el Museo Cerralbo (1922-1939) y colaboraba con el Museo de Antropolog�a, Etnograf�a y Prehistoria. Tras la Guerra Civil, Cabr� sufri� un proceso de depuraci�n que le apart� de su cargo como director vitalicio del Museo Cerralbo. En 1942, logr� un puesto de conservador en el Museo Arqueol�gico Nacional, en un momento ya pr�ximo a su muerte.
Desde estas instituciones, Cabr� dirigi� una serie de trabajos que permitieron recopilar gran cantidad de datos y materiales que, en el seno del Centro de Estudios Hist�ricos (CEH), se incorporaron a la estructuraci�n de la prehistoria y protohistoria peninsular que se abordaba entonces. Estos materiales se conceb�an como instrumentos para el proyecto de reconstruir la �historia patria�, todo ello dentro de un historicismo que priorizaba la atenci�n al dato documental. Dentro de este proyecto del CEH, Cabr� destac� por su dedicaci�n a la arqueolog�a de campo, sus meticulosas observaciones y documentaci�n, su uso avanzado de la fotograf�a y el dibujo como instrumentos anal�ticos y como registro cada vez m�s sistem�tico, as� como por unas incipientes y valiosas observaciones estratigr�ficas. Cabr� destacar�a en la elaboraci�n de l�minas tipol�gicas y en la progresiva valoraci�n del contexto y no s�lo del objeto como entidad del an�lisis arqueol�gico. Esta actividad produjo un fondo documental que forma parte del Instituto del Patrimonio Cultural Espa�ol (IPCE) y que adquiere hoy gran valor al informarnos no s�lo del desarrollo de excavaciones sino de cu�les eran las prioridades de los investigadores y de su visi�n sobre las sociedades que analizaban.
Su dedicaci�n a la Segunda Edad del Hierro supuso una mejor definici�n de las sociedades ib�ricas, sobre todo mediante sus trabajos en Collado de los Jardines (Ja�n), Toya (Ja�n) y Galera (Granada). Destaca, igualmente, su direcci�n de las excavaciones de Azaila (Teruel), el Castillo (Sanchorreja, �vila), la Mesa de Miranda y La Osera (Chamart�n de la Sierra, �vila) y el El Raso (Candeleda, �vila). En un momento temprano de su trayectoria apunt� tambi�n la diversidad cronol�gica del arte rupestre, considerado entonces globalmente como paleol�tico. Contribuy�, igualmente, a la definici�n del horizonte denominado Cogotas I a partir de las excavaciones de Las Cogotas (Carde�osa de la Sierra, �vila) o al conocimiento de la ciudad de �poca visigoda de Rec�polis (Guadalajara).
El objetivo de esta breve selecci�n de sus trabajos es subrayar las muy diversas cronolog�as y territorios a los que se dedic� Cabr�. Esto es, en parte, una caracter�stica generacional y es, tambi�n, algo que relacionamos con la propia actividad de las instituciones donde ejerci� su actividad. Instituciones creadas desde la Junta para Ampliaci�n de Estudios e Investigaciones Cient�ficas (JAE) y que daban forma al nuevo contexto de aplicaci�n de la Ley de 1911 de Excavaciones Arqueol�gicas.
Cabr� actu�, por tanto, en un momento especialmente interesante de la historia de la arqueolog�a. La escasa regularizaci�n anterior hab�a facilitado pr�cticas de la arqueolog�a muy diversas protagonizadas por arque�logos extranjeros, anticuarios o amateurs. Ese panorama iba a cambiar con la progresiva institucionalizaci�n de la arqueolog�a. Por ejemplo, la nueva Ley de 1911 signific� la necesidad de un permiso nominal para poder llevar a cabo cualquier actividad arqueol�gica. En este contexto transicional surgieron solapamientos y rivalidades entre las diferentes instituciones y tambi�n con los arque�logos extranjeros.
A las nuevas instituciones nacionales les corresponder�a la regularizaci�n de todas esas pr�cticas anteriores bajo una nueva, y en ocasiones contestada, autoridad. Era preciso atraer a este nuevo proyecto de las instituciones nacionales, incorporar personas capaces de enlazar esos mundos, de actuar o codirigir con eruditos o aficionados locales. Es decir, profesionalizar la pr�ctica de la arqueolog�a necesit� figuras como Cabr�, que parti� de un contexto local y sin una formaci�n arqueol�gica ortodoxa, pudo aprender de uno de los prehistoriadores europeos m�s prestigiosos y se incorpor� despu�s al proyecto cient�fico y pol�tico de las reci�n creadas instituciones. Cabr� realiz� as� el dif�cil tr�nsito desde el mundo de los aficionados locales hacia una pr�ctica arqueol�gica normalizada, financiada y supervisada desde el estado. Mientras tanto, el comienzo de una ense�anza universitaria de la arqueolog�a en Espa�a preparaba la llegada de un nuevo cuerpo de profesionales arque�logos. M� Encarnaci�n Cabr� Herreros ser�a una de las primeras mujeres en emprender ese camino.