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JOYAS SAGRADAS

Patena

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LA PATENA


La patena, joya príncipe de la indumentaria tradicional española, conservada en el traje de Vistas o Davias de la Sierra de Francia, es pieza circular y plana de la familia de las medallas, la de mayor tamaño, en hechura de plata blanca, ahumada, o de oro, a veces esmaltada y casi siempre de una sola lámina llana con predominio de labores incisas o a buril en una o en sus dos caras, rara vez con hechura de bulto, salvo cuando para llenar su campo se disponen figuras recortadas del crucifijo y santa María. En la patena se representan historias de la vida de Cristo, de la Virgen, o de santas y santos mártires y apóstoles, de cuerpo entero o de medias figuras.


Lámina IIB
Patena albercana con elementos renacentistas. En primer plano Madona del lirio y, detrás, murete que se interpone entre los elementos sagrados y los de la naturaleza. Siglo XVI.

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La patena, en las piezas-testigo conservadas en Salamanca, es fórmula de finales del Gótico y primer Renacimiento. En ella se utiliza el concepto clásico de medaglia en su doble acepción conceptual de ritratto a lo humano y a lo divino, donde comparten espacio figuras sagradas con motivos de la naturaleza (casi siempre cipreses y verduras), además del sol, la luna, las estrellas y dos nubes aveneradas, una a cada lado de la composición. Estos dos mundos, lo Sagrado y la Naturaleza, se ven con frecuencia separados por un muro bajo, paredilla o seto vegetal. En este sentido, y en otra escala de valores, quizá el ejemplo y prototipo que mejor representa la mayoría de los elementos icónicos de la patena que acabamos de enumerar, sea la pintura de la Sagrada Familia de Miguel Ángel, conocida como Tondo Doni (Florencia. Galería Uffizi, 1505).


En la historia de la patena –joya la más principal entre cuantas ha conservado Salamanca– sorprende el rápido cambio social de gusto hacia esta pieza, tan pronto florecida como agostada, pues de estar de moda en ajuares e inventarios de la realeza y la nobleza quedó, en poco tiempo, relegada al uso de pastoras, villanas, serranas, gitanas y labradoras. En las modas de indumentaria lo aristocrático cae por desuso en manos de lo villano, donde se conserva y posteriormente se fosiliza. No tanto tiempo antes de que la patena se vulgarizara había tenido su asiento en el pecho de la mismísima reina Isabel de Castilla, como queda documentado en su Testamentaría, de la que ofrecemos el siguiente ejemplo:


«Otra patena de oro esmaltada de rrosicler, y por la una parte está el crucifijo e por la otra, la quinta angustia. Pesó una onça e una ochava e tres tomines, e fue apreçiada la hechura en dos castellanos de oro. Esta pieça dis que es del cargo de Violante de Albión» (leg.81, f. 1).


En los ejemplos más sencillos de las patenas que han sobrevivido, los plateros locales resolvían a veces la escena clavando, en el campo de la lámina, una medalla recortada de media hechura figurada –por la cara principal un Cristo y por la espalda una Nuestra Señora– con unas discretas labores, incisas o martilladas, en forma de resplandores u otros motivos. Como guarnición se utiliza en la patena un cerco de plata recortada o anillada, a veces con cuatro pezuelos haciendo la cruz y remates en espolones a cincel.


En tierras de León y de Zamora existen dos subvariantes de patenas: una redonda con dos láminas y hechura ligeramente atortada, y otra abiertamente abultada que se conoce como Preñao o Cristo preñao con labores de filigrana, pezuelos y cinco extremos o goteras alrededor. Esta segunda fórmula está cruzada con la joya conocida en la Sierra de Francia como Corazón de la novia.


La documentación serrana más antigua sobre la patena corresponde a los años 80 del siglo XVI. Para definir lo representado en ella se utilizan indistintamente las voces «imaxen» y «figura».


La actual identificación de la patena como pieza exclusiva y con una ubicación cerrada, inamovible y excluyente en el traje de Vistas y Davias, no debió de ser siempre así, a juzgar por los textos donde aparece dispuesta con una libertad que sorprende (casi desconcierta), acostumbrados a la fosilizada rigidez en que la vemos hoy. No sólo se documenta la patena formando parte de las vueltas de plata y corales como su pieza principal, entre otras que no suelen especificarse, sino también en argollas y listones de seda como joya para lucir en el cuello sola. Durante el siglo XVI en Sotoserrano y La Alberca, únicas poblaciones serranas con documentación de esos años, y a lo largo del XVII, no podemos afirmar que la patena fuera regalo imprescindible en esa ceremonia, ni siquiera que lo fuera entonces en ese traje.


Covarrubias (1611), sin especificar a qué pechos se traía, define nuestra patena como «una lámina ancha que antiguamente trahían a los pechos [se supone que las mujeres principales y de la nobleza], con alguna insignia de devoción; que el día de hoy [en 1611] tan solamente se usa entre las labradoras. Díxose a patendo, quasi patula». Sorprende que este autor presente como primera acepción de patena la joya de mujer, antes que la pieza litúrgica de la que, por su forma, debería haber tomado el nombre.


La primera acepción del Diccionario de Autoridades (1726-1736), simplificando la definición de Covarrubias, dice de la patena: «Lámina o medalla grande en que está esculpida alguna imagen [desaparece lo de insignia de devoción] que se pone al pecho y las usan para adorno las labradoras». Casi literalmente describe Corominas (1987) el texto de Autoridades sobre la patena en su segunda acepción: «Lámina o medalla grande, con una imagen esculpida, que se pone al pecho, y la usan para adorno las labradoras». Correas en su Vocabulario trae el siguiente refrán: «Patenas y coral, y más sacristán».


En el lenguaje doméstico y para enfatizar algo reluciente e impoluto se dice aún: «dejar algo [o tener algo] tan limpio como la patena»13.


En unos versos del Romancero del Cid, con resonancias medievales, recopilados por Juan de Escobar en 1605 (Mangas 2009: 221-226), se hace presente esta pieza por doble partida sobre el pecho en el personaje de Jimena:


Salió a misa de parida
a San Isidro en León
la noble Jimena Gómez,
mujer del Cid Campeador […]
Dos patenas lleva al cuello
puestas con mucho primor,
con San Lázaro y San Pedro,
santos de su devoción.

Romancero del Cid 1605 (Mangas 2009: 221-226)


De entre todas las descripciones literarias sobre la presencia de la patena ninguna nos parece comparable a la formidable visión de Cervantes en el siguiente pasaje del Persiles (1969: 328):


Casi en este mismo instante resonó en sus oídos el son de infinitos y alegres instrumentos que por los valles que la ciudad rodean venían, y vieron venir hacia donde ellos estaban escuadrones, no armados de infantería, sino montones de doncellas, sobre el mismo sol hermosas, vestidas a lo villano, llenas de sartas y patenas los pechos, en quien los corales y la plata tenían su lugar y asiento, con más gala que las perlas y el oro.

Cervantes. Persiles (1969: 328)


La patena, que había abundado en los ajuares de las reinas, es tenida ya por Cervantes como pieza de labradoras y pastoras.


Con una visión cuasi actual, describe Cervantes a la mujer como icono de poder, convertida en ejército que arrasa con las armas de su hermosura, aumentada con tales galas. En su tiempo, el traje a lo villano –y probablemente a lo serrano– se caracterizaba por cubrir el pecho de la mujer de sartas y patenas, en total y absoluto horror vacui. A las villanas (se decía) les sienta mejor la plata y el coral (lo antiguo) que las perlas y el oro (lo nuevo), vencida aquí la moda por la belleza prolongada en el tiempo. La hipérbole de las aldeanas del Persiles, sobrepasando en luz al mismo sol, parece hacer deudor a Cervantes del tema de la Tota Pulchra, formulado aquí a lo humano, en estrecha relación con el emblema mariano, electa ut sole, que expresa la gracia virginal de María en el atributo de plata conocido como el resplandor, perfilando su figura (pintada o tallada). Esta descripción de la mujer splendens viene a hacer coincidir este prototipo iconográfico de algunas piezas-testigo serranas con una patena litúrgica que conserva el monasterio del Zarzoso14.

Lámina III
No encuentro imagen que represente mejor el esplendor de la mujer descrita por Cervantes en el Persiles. La Alberca. Verano de 1923 o 1924. Foto de Aniceto García Villar (Escuela Madrileña de Cerámica).

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Lope de Vega, en su obra, San Isidro labrador de Madrid (1965: 400), por boca del personaje Bartolo, identifica como labradoras a las mozas que acompañaron y cantaron el alboral de bodas a Santa María de la Cabeza por las patenas que llevaban colgadas al cuello cuando fue la santa a vistas de Isidro:


…me han parecido tan bien […]
las hermosas labradoras […]
que acompañaron tu hija […],
todas vestidas de grana,
de azul y verde palmilla,
con sus vestidos, que adorna
oro y plata, y blancas cintas
con sus patenas y sartas,
corales y gargantillas […]
porque me dicen que viene
de Isidro, dichoso, a vistas–.


Con las patenas las labradoras se sienten convertidas en reinas, patenas de las que Lope, en su obra Corinto Tirrena (1961: 167) destaca el tamaño por boca de Tibaldo:


-¿Pues qué zarcillos de plata?
-¡mal año, que así los tenga
la Reina, pues cinta luenga
tanto cuelga como ata!
¿Corales? ¿No? ¡Pesi a mí!
y patena como un plato.


Nuevamente Lope, en sus Rimas Sacras (1963:165) culpa, entre otras joyas, a las patenas de ser una de las eternas causadoras de conveniencia por las que la mujer se ve atada y presa en matrimonio:


Cadenas me han dado
que me llevan presa,
patenas y anillos
de fingidas piedras.

Idea, como veremos, también presente en el alboral de bodas que aún se canta en Miranda del Castañar.


Tirso, en La Peña de Francia (1946:1871-1872), identifica la patena como pieza propia de nuestras serranas, además de expresar que el hombre ceba el deseo de la mujer con joyas. Por las patenas se reconocía, en el mercado semanal de los jueves, a las mujeres de la Sierra en la ciudad de Salamanca:


Comprarás medias de grana,
gala, aunque gruesas, serrana,
y colorados botines;
cuentas de plata labradas,
que a tu pena den alivio;
cruces de Santo Toribio
y dos patenas, que, a osadas,
no las traiga en nuestra sierra
otra zagala mejores


Tirso de Molina. La Peña de Francia (1946: 1871-1872)


En el mismo acto, Tirso, unas páginas después (Id: 1875) por boca de Simón Vela, personaje descubridor de la imagen de santa María en la Peña de Francia, cuya figura alaba como joya a lo divino, comenta con Padilla, carbonero serrano:


Es fuerza acuda
a buscar cierta joya que enseña
el cielo en ella.
Pues, Padilla, no te vayas;
llevarás botines, sayas,
cuentas, corales, patenas
y un tocado, a lo serrano,
de los que consigo trajo
la pastora que te digo.


Tirso de Molina. La Peña de Francia (1946: 1875 y ss.)


En La elección por la virtud, Tirso (1946: 339), buen conocedor de la Sierra de Francia, describe con acierto, en parlamento de pastores entre Sixto y Camila, la poca gracia y manera rabitiesa en que, a veces, queda colocada la patena si no está bien articulada la reasa que sujeta esta joya a la vuelta o a la cinta en el cuello, como le sucedía a la Maya, aquella aldeana endomingada, a la que iban a ver, cada mañana, los escolares:


mas yo sé que no te pesa,
de ir allá cada mañana;
porque con cuerpos de grana
y patena rabitiesa
te vean los escolares
– (Camila) ¿y mis calzas?
– (Sixto) Dentro las alforjas vienen,
Con una patena y sarta.


Como Tirso, Vélez de Guevara, en La Serrana de la Vera, vuelve a señalar la cargazón de patenas como característica certera para identificar a las serranas: «La Serrana […], vestida a lo serrano de mujer, con saiuelo y muchas patenas, el cabello tendido y una montera con plumas».


El tópico de la patena como objeto de deseo que define lo rústico o sayagués en el lenguaje literario de los Siglos de Oro, herencia quizá de Juan del Enzina o de Lucas Fernández, se entiende también en la Novela Picaresca como identificador de lo marginal y propio de minorías específicas. Así aparece una gitana, en un pasaje del Marcos de Obregón (1972: 42): «Muy bien vestida, con muchas patenas y ajorcas de plata». Así también, el cervantino personaje de Gitanilla, donde las patenas se esconden en el hato de los gitanos como cebo para su acusación como ladrones: «Puso entre las alhajas de Andrés, que ella conoció por suyas, unos ricos corales y dos patenas de plata, con otros brincos suyos, y apenas habían salido del mesón, cuando dio voces diciendo que aquellos gitanos le llevaban robadas sus joyas».


Comenta Caro Baroja, a propósito de la obra Antigüedad y excelencias de Granada de Bermúdez de Pedraza de 1608, el gusto y uso de la mano de Fátima en las patenas de las mujeres moriscas, prohibiéndose en 1526 «que llevasen al cuello ni en otra manera unas patenas que solían traer con una mano y ciertas letras árabes». Se adornaban con «arracadas, manillas de oro, patenas y sortijas. Gustaban mucho de ciertas joyas, sobre todo patenas con significado religioso» (1957: 110, 126,136).


A pesar del descrédito que, con el tiempo y el uso, sufrió la patena en la escala social, nunca dejó esta joya de simbolizar el amor de la novia, como viene a demostrar Tirso en Mari Hernández la gallega (1962: 67), cuando dice:


Ojeras se les atreven,
si es, serrana, atrevimiento
que patenas de cristal15
guarnezca el amor de acero.


La patena tuvo su eclosión en la Sierra de Francia entre los siglos XVI y XVII y sobrevivió documentalmente durante el siglo XVIII, conservándose en ejemplares albercanos joyas-testigo que podemos contemplar hoy como extremo de la denominada vuelta grande del traje de Vistas, alternando con grandes crucifijos. Durante los siglos XVI y XVII la patena aparece como pieza única o principal de una sarta de dos o tres vueltas de coral, pero también se lucía al pecho sola, colgando de una cinta, generalmente de seda asalmonada, o encarnada; así se estilaba gastar principalmente en la villa de Cepeda.


A partir de los años 40 del pasado siglo, por la necesidad que se sufrió en la postguerra y el éxodo constante del pueblo a la ciudad, se resintió gravemente el patrimonio rural, pues no sólo marcharon las personas, con ellas emigraron también las cosas, lo que ocasionó una dispersión y unas pérdidas irreparables, entre ellas el traje de Vistas, que contiene las principales joyas que presentamos aquí. En unos casos, al repartir los trajes por piezas entre los miembros de la familia, y en otros, vendidas en el mercado del Arte, donde la patena pasó a ser la pieza más codiciada por los coleccionistas16. Por suerte, en esos años hubo también una buena política de adquisición en algunos museos, como el del Pueblo Español de Madrid (actualmente Museo del Traje), patrimonio del que todos podemos disfrutar. En los años 70, cuando preparaba la defensa de la tesis doctoral, y según mis informantes, sólo quedaban completos media docena de trajes de Vistas antiguos en La Alberca y otros tantos de Davias en Mogarraz17.


Figura 2
Elementos iconográficos y compositivos de la patena.

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Lámina IV
Tres variantes de patena según las piezas-testigo conservadas.

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1. Patena redonda de plata seca y labor a martillo en la que se representa Nuestra Señora con el Niño en una mano y una flor en la otra; figura que va circundada por un resplandor de rayos, firmes y flameados alternando, en delicada hechura de labor incisa. El enmedio remata en cordoncillo y enlaza así con dos ventanas con acanaladuras lisas. Cercan la patena seis almenas abalaustradas con rayo central y roleos a los lados. Asa redonda y plana. Figura esta patena como extremo principal de una de las tres vueltas grandes de Vistas. Finales del siglo XVI (La Alberca. Colección De los Hoyos Puerto).


2. Patena de hechura redonda con dos ventanas de holletes y entrepaño liso en medio. Cerco de ocho rotundas almenas con vástagos centrales o picos de nudos y roleos a los lados, de labor a martillo. Sobre la almena superior, asa estriada en forma de tonelillo y la espalda lisa. Se trata, probablemente, de una pieza de platero de obrador local que rehúye toda representación figurada, salvo la aplicación de las dos medallas centrales (Crucifijo por delante y Nuestra Señora por detrás), de labor recortada. Esta pieza resulta de gran efecto, robusta, clara de líneas y con cada elemento más diferenciado que en los dos restantes ejemplos, con ese aire popular que recibe de esas dos figuras incrustadas que tradicionalmente se han venido utilizando como extremos en los manojitos de coral y se señalan en los documentos como de poner al pescuezo. Plata blanca. Pertenece a la vuelta grande de las Vistas. Finales del siglo XVI o inicios del XVII (La Alberca. Colección De los Hoyos Puerto).


3. Patena ovalada con un Crucificado en el campo principal y en el de la espalda, una Madona con el Niño en sus brazos y éste con un lirio. Obra de labor incisa y mano diestra y maestra. El enmedio se cierra con una línea ovalada que forma entrepaño hasta llegar a la acanaladura del cerco de holletes. El borde apenas se dibuja por un cordoncillo con seis delicados botoncillos y sus pezuelos. Asa redonda y lisa. Esta pieza forma parte, como extremo principal, de la vuelta grande de Vistas. Plata blanca ¿Primera mitad del siglo XVI? (La Alberca. Colección De los Hoyos Puerto).


Figura 3
Tipologías de hechuras de patenas

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Figura 4
Documento albercano de 1585. AHPS. Prot. 6032, f. 112v.

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Patena en la documentación serrana y candelaria

SOTOSERRANO

     Siglo XVI. 1586-1598


     La documentación notarial en esta población abarca desde el año 1586 a 1857, 271 años, y la presencia de la patena, 191, con un total de 20 ejemplos.


     Año 1586. En el inventario de la mujer de Martín Cepeda se mencionan «tres hilos de corales con su plata y patena de plata»25.


     En el de María Gutiérrez, año 1590, figuran «tres hilos de corales con su patena de plata, con avellanas de plata labradas, buenas, con cinco carrillos de plata delgados»26.


     En el año 1598, forman parte del lote de un inventario «tres hilos de corales menudos, que tienen ocho avellanitas de plata lisas, de vuena mano, y ocho carritos de plata labrados» y, como pieza estrella, «una patena de plata con las imágines [sic] de San Pedro y de Santo Andrés, y es pequeña la dicha patena»27. El tasador pormenoriza aquí la calidad (lisa) de las avellanitas, la labor de los carritos o arconciles, el tamaño de la patena y nos desvela la iconografía de las imágenes que contiene.


     En 1598 figura «una patena de plata, pequeña», inventariada como parte de un conjunto de «veynte pieças de plata, los granos labrados, nuevos, y las demás avellanas lisas»28.


     Se documentan, pues, en Sotoserrano 4 patenas en el siglo XVI, siempre formando parte de hilos de corales.


     Es justo que destaquemos la profesionalidad de los afinados tasadores que, no conformes sólo con la identificación de las piezas, señalan también, en varias ocasiones, la iconografía representada en las patenas, ofrecen su contexto y destacan el tipo de labor que las caracteriza, la calidad (lisa, delgada, labrada) y la buena mano del anónimo oribe. Para ciertas alhajas (piezas, hilos, granos, avellanas, plata, corales) se mantiene la utilización de términos indefinidos y genéricas fórmulas tradicionales.

     Siglo XVII


     En el siglo XVII, son ya seis, entre villas y aldeas, las poblaciones que en inventarios, testamentos y almonedas señalan la presencia de la patena, con Sotoserrano y Cepeda a la cabeza.


     Si poco se dice en los documentos sobre la labor o hechura que llevan las representaciones iconográficas en el campo de la patena, sólo si son figuras o imáxines, aún son menores las aportaciones sobre los elementos que guarnecen esta pieza, los denominados extremos o remates, y las esenciales técnicas –llana y labrada– con que, de manera tan poco generosa se nos describe esta joya, como sucedía también en el siglo anterior. El cerco o alrededor de la patena lleva una ornamentación contenida, aunque en algún ejemplo se presente como pieza de absoluto horror vacui: «patena de plata labrada toda la plata» (Cepeda, 1660). En la parte central o enmedio, la advocación presenta labores incisas, relieves y alguna vez esmaltes sólo por una de las caras: «patena esmaltada de berde, la una parte» (Cepeda, 1695), que era la mayor fineza en esta joya, la variante principal en la familia de las medallas.


     En 1601 aporta Sotoserrano los otros dos ejemplos de patena con esmaltes, aunque nada se pormenoriza sobre su hechura y colores. La patena en estos años va colgada de un sartal, o de una vuelta de corales y en otros casos, sujeta por un cordón, colonia o cinta noble de seda, en consonancia con la categoría de tal pieza. Esta modalidad de atar la patena es, como ya adelantábamos, estilo predominante en Cepeda.


     Pocas veces se proporcionan en este siglo los tamaños de la patena, aunque se dan los tres. La patena pequeña, que parece preferir para su colocación los sartales o sartalitos de plata (Cepeda en 1642 y San Martín del Castañar en 1673). La patena de tamaño razonable (Sotoserrano, 1601), como pieza de tres vueltas de corales. Finalmente, y de nuevo Cepeda (1649) y Sotoserrano (1601) nos ofrecen tres ejemplos de patena grande. En este siglo la cantidad máxima es de dos patenas por persona en ejemplos de Sotoserrano y Cepeda.


     Siglo XVII. 1600-1697


     En inventario del año 1600 se describen «tres vueltas de corales buenos, que tienen seis carrecitos de plata labrados, seis abellanas pequeñas labradas y seis lisas pequeñas y patena de plata buena con la figura de santa Lucía [en una parte], y en la otra parte la cruz con su toballa»74.


     En el año 1601, en inventario de las hijas de Antonio González, consta, entre otras alhajas, un «Sartal de plata que son: diez y ocho abellanas de plata, labradas, seis carrillos y patena grande con las ymágines de San Pablo y Santa Catalina […]. Más tres vueltas de corales buenos con siete avellanas gordas de plata, lisas y nueve pieças de plata, de las que llamamos granos y patena buena, que tiene la ymaxen de Christo y de San Pedro»75. En esa segunda pieza no queda claro si el Cristo (sic por crucifijo) ocupa la cara y san Pedro la espalda de la joya, o tiene representada en una sola escena, el evangélico pasaje de la entrega de las llaves. Se evidencia también en este documento un localismo, al nombrar el tasador unas piezas de plata, «que llamamos granos»76.


     En esta población parece tener una importancia, nada frecuente en otras, la identificación iconográfica como parte esencial de la tasación.


     En testamento de ese mismo año 1601 se menciona «una patena blanca, a un lado Jesús, a otro, María», anagramas popularmente conocidos como las cifras. No se especifica si la hechura es de labor esmaltada, o sólo incisa a buril77.


     De nuevo en 1601 se menciona en almoneda «un sartal de plata con diez hilos y avellanas labradas, cuatro carrillos y patena [tasado en] 13 reales»78.


      En inventario de Isabel Alonso, año 1610, se citan entre otros bienes «un sartal de corales con diez y seis pieças de plata y patena [más] un sartal de plata labrada [que se compone de] patena y veynte y tres pieças con la patena». Por el número de piezas, en un caso 16 y en otro 23, estos sartales darían para una vuelta al cuello o poco más79.

     En inventario del año 1654 consta «un lío de corales y plata aumada con su patena, que todo pesó, con su argolla y un crucifijo, 21 onças»80. En este caso se trata de un fardo con diversas joyas sueltas, cada una de por sí, sin formar hilo, sarta o vuelta alguna.


     En inventario del año 1671 figuran «unas gabanzas que tienen tres hilos con su agnus y patena; más otro hilo con su patenita pequeña, más una argolla con un agnus»81.


     En el año 1684 se describe en inventario «una patena con un Niño Jesús, veyntitrés pieças de plata y corales y dos piedras, todo en un hilo de sartas [apreciado en] 20 reales»82. No imaginamos hoy las patenas cercando el cuello, sino dispuestas entre pecho y cintura, o de cintura para abajo, acostumbrados como estamos a las piezas-testigo en los escasos trajes de Vistas antiguos que se conservan.
En la dote que Domingo Gil entregó en 1697 a su hijo, Xuan Gil, que casó con María Martín, figura entre otras alhajas y bienes «una vuelta de sartas con su patena aumada, de siete onças [tasada toda la vuelta, incluida la patena en] 105 reales»83.


     Aparecen, pues, documentadas en Sotoserrano en el siglo XVII, 11 patenas.

     Siglo XVIII. 1779


     En el inventario del cirujano de Sotoserrano, año 1777, se cita «un ylo de veinte gabanzas menudas, cuatro abogallas gordas de plata, dos menudas, y dos carros y patenita [tasado en] 64 reales»; único y último ejemplar de patena documentado en este lugar128.


     En consecuencia, una sola patena en Sotoserrano en este siglo.


     En definitiva, doce veces en el siglo XVI, entre 1585 y 1598, se documenta la patena en partijas, inventarios y testamentos en las poblaciones de La Alberca y Sotoserrano. En el recuento de «Paños e Vistas», declarados en inventario del albercano Francisco Martín como donas de María Martín a su hija, que confesó haber recibido [su yerno] Francisco Bejarano, se incluye un escriño, un cesto, dos corchas para la miel, dos gallinas, algunos aperos para el cultivo del lino, linaza y varias piezas de lino de distintas calidades. Entre las prendas figuran un sayuelo con sus haldillas medianas, una faja, una frisa, una toca un suario o sudario, varias cintas de lienzo, camisas, zapatas, zaragüelles y, sobre todo «dos vueltas de gabanças con su plata y patena y tres hilitos más, año 1585»131.


     A lo largo del siglo XVII, repartidas entre las poblaciones de La Alberca (8), Cepeda (13), Miranda del Castañar (3), Monforte (2), San Martín del Castañar (3)), Santibáñez de la Sierra (1), Sequeros (5), Sotoserrano (11) y Villanueva del Conde (1), documentamos 47 patenas, 18 de ellas de plata blanca o seca, 5 de plata sin especificar, ahumadas de oro y 3 de plata esmaltada, representando en ellas las siguientes advocaciones: la más frecuente la del Niño Jesús, en 4 ocasiones; 3 veces la de Nuestra Señora, sin declarar advocación; 2 veces la de San Pedro y una sola vez las de San Pablo, Santa Lucía, Santa Catalina y la Cruz. Por su valor iconográfico destacamos en ellas las siguientes descripciones, que ayudan a conocer la hechura, variantes de forma, guarnición y advocaciones que se registran en esta joya:


     

  • Patena de plata buena con la figura de Santa Lucía y en la otra parte la cruz con su toballa» (Sotoserrano, 1600).
  • «Patena de plata blanca, a un lado Jesús, a otro María» (Sotoserrano, 1601).
  • «Patena grande de plata con las ymágenes de San Pablo y Santa Catalina; más una patena vuena que tiene la Ymagen de Cristo y de San Pedro» (Sotoserrano, 1601).
  • «Patena de plata ahumada con un Jesús» [las cifras o anagrama] (Cepeda, 1640).
  • «Patena esmaltada de berde en la una parte [seguramente por la cara principal], y en la otra todo de plata con su cordón de seda» (Cepeda, 1696).


     En el siglo XVIII sobreviven las patenas en 34 documentos, el último de ellos en el año 1785. El mayor número lo registra Cepeda con 18 ejemplos, con 10 La Alberca, con 4 Candelario y con sólo 1 Sotoserrano y Miranda respectivamente. En 15 ocasiones se especifica su fábrica como de plata seca o plata blanca y en 2, en hechura de plata ahumada o dorada. En tres se proporciona también el peso: «patena de medio quarterón escaso», «de dos onzas y media», «patena de 3 onzas con su colonia». En cinco se ofrece además el tamaño menor de la patena como «patena pequeña», «patenita», «patenita pequeña» y «patenita de plata del grandor de un real de a ocho». En dos, como «patena mediada». Finalmente, cinco veces, como «patena grande». De esta pieza suele haber un ejemplar o como mucho dos por documento. Sólo excepcionalmente se menciona en el entero de Mateo Hernández (Cepeda 1712) «una gargantilla con sus patenas»; quizá más de dos132.


     Como ya venía haciendo Cepeda en el pasado siglo, sigue manteniendo en éste dos veces el uso del cordón, o colonia para colgar la patena, once veces en hilos de gabanzas y una sola vez en vuelta y en gargantilla (1710-1722). Formando parte de las dos vueltas mayores, la patena pervive en las joyas-testigo del traje de Vistas albercano, en el que se llega a dos o tres patenas en las llamadas «vuelta del medio» y en la «vuelta grande» o «de abajo»; la vuelta «chica» no suele recibir patena alguna. De ahí hacia arriba y hasta llegar al cuello queda reservado el espacio de las familias de los collares para los agnusdei, los relicarios, las medallas, las cruces, los corazones y algunos dijes y joyas-utensilio. En estos años los testamentos, partijas, enteros y almonedas, no parecen tener interés en identificar los nombres de las advocaciones que aloja por sus dos caras el campo de la patena, lo que indica que a la hora de inventariar y valorar los bienes primaban, más que las advocaciones representadas, las características materiales de la pieza.


     En la mayoría de las piezas-testigo las patenas de más calidad presentan labores incisas o a buril por ambas caras, con las imágenes de Nuestra Señora, con niño en unos casos y como Tota Pulchra en otros, las de apóstoles, santas y santos mártires, de cuerpo entero y de medias figuras y las cifras de Jesús y María con sus cercos y almenas de plata alrededor. En cambio, en los ejemplos más discretos y locales, labores en «hechura figurada», casi siempre bajorrelieve, con la imagen del Crucifijo (sin la cruz o con la cruz a buril) por su lado principal o cara y, por la espalda, la de Nuestra Señora como imagen vestidera en forma de pirámide sagrada y como medalla recortada.


     Aunque no se conserve ningún caso de contrato que lo demuestre, es probable que, en ocasiones, para acontecimientos muy señalados, este tipo de joyas tan principales se encargaran a un maestro platero afamado de Salamanca o de Ciudad Rodrigo, quien quedaba obligado a llevar a cabo la pieza con arreglo en todo al gusto y exigencias del comitente, con las figuras y labores que fueran de su capricho y devoción. La mayoría de las veces, las piezas las adquiría directamente el cliente del escaparate o vidriera en el obrador del oribe local.


     Queda de manifiesto el cambio radical que marca el tiempo en la estima de la patena, que fue variando con los años, si comparamos nuestros textos con los de la Testamentaría de la Reina Católica; primero como pieza de reinas y nobles, pero ya en los Siglos de Oro, como cosa de labradoras y gitanas. Estos juicios sobre el carácter cortesano o villano de prendas y joyas, en este caso la patena, confirman la oscilación y la trayectoria de las modas, que hacen cambiar el aprecio de las cosas con el paso del tiempo. Comienzan en los estratos más principales y van siendo relegadas después a los burgueses y llanos, donde se mantienen durante siglos.


     La patena tiene su eclosión serrana en los siglos XVI y XVII, sobrevive en el XVIII y se mantiene fosilizada desde el XIX, con sólo 2 ejemplares, uno en La Alberca, 1803, y el último en Candelario en el año 1832; 247 años de existencia documentada.


Lámina IV. b)
María Serrano de Vistas con las mujeres que la vistieron: su tía Isabel (de sayas y pañuelo a la cabeza) y su madre Francisca (de ventioseno).

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Lámina XVI. b)
“Mirandeña asomada a la ventana. Viste traje de “Gro” (Grograin), pañuelo “de cien colores”, pendientes de miriñaque y “pecherá” de hilos de oro de los denominados de “avellana” y “huesos de aceituna,” de los que cuelgan cruces, galápagos, veneras esmaltadas, medallas y monedas, desde el cuello a la cintura. Señala este traje el cambio radical, en el siglo XIX, del gusto por las joyas protectoras, que hemos estudiado en esta obra, por las de "ostentación”. (Miranda del Castañar, c. 1980).

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     La geografía de la patena como pieza-testigo ha quedado confinada en comarcas aisladas de Salamanca, Zamora, León y Segovia. Como ya apuntábamos, durante los últimos setenta años, al dividir en las herencias familiares el traje de Vistas, repartido por piezas y prendas, han ido emigrando las patenas de su espacio natural al de los anticuarios y coleccionistas, joya extraordinariamente codiciada en el mercado del arte. Por fortuna, aunque no en el grado que desearíamos, ha encontrado también lugar en los museos.


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