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     En definitiva, doce veces en el siglo XVI, entre 1585 y 1598, se documenta la patena en partijas, inventarios y testamentos en las poblaciones de La Alberca y Sotoserrano. En el recuento de «Paños e Vistas», declarados en inventario del albercano Francisco Martín como donas de María Martín a su hija, que confesó haber recibido [su yerno] Francisco Bejarano, se incluye un escriño, un cesto, dos corchas para la miel, dos gallinas, algunos aperos para el cultivo del lino, linaza y varias piezas de lino de distintas calidades. Entre las prendas figuran un sayuelo con sus haldillas medianas, una faja, una frisa, una toca un suario o sudario, varias cintas de lienzo, camisas, zapatas, zaragüelles y, sobre todo «dos vueltas de gabanças con su plata y patena y tres hilitos más, año 1585»131.


     A lo largo del siglo XVII, repartidas entre las poblaciones de La Alberca (8), Cepeda (13), Miranda del Castañar (3), Monforte (2), San Martín del Castañar (3)), Santibáñez de la Sierra (1), Sequeros (5), Sotoserrano (11) y Villanueva del Conde (1), documentamos 47 patenas, 18 de ellas de plata blanca o seca, 5 de plata sin especificar, ahumadas de oro y 3 de plata esmaltada, representando en ellas las siguientes advocaciones: la más frecuente la del Niño Jesús, en 4 ocasiones; 3 veces la de Nuestra Señora, sin declarar advocación; 2 veces la de San Pedro y una sola vez las de San Pablo, Santa Lucía, Santa Catalina y la Cruz. Por su valor iconográfico destacamos en ellas las siguientes descripciones, que ayudan a conocer la hechura, variantes de forma, guarnición y advocaciones que se registran en esta joya:


     

  • Patena de plata buena con la figura de Santa Lucía y en la otra parte la cruz con su toballa» (Sotoserrano, 1600).
  • «Patena de plata blanca, a un lado Jesús, a otro María» (Sotoserrano, 1601).
  • «Patena grande de plata con las ymágenes de San Pablo y Santa Catalina; más una patena vuena que tiene la Ymagen de Cristo y de San Pedro» (Sotoserrano, 1601).
  • «Patena de plata ahumada con un Jesús» [las cifras o anagrama] (Cepeda, 1640).
  • «Patena esmaltada de berde en la una parte [seguramente por la cara principal], y en la otra todo de plata con su cordón de seda» (Cepeda, 1696).


     En el siglo XVIII sobreviven las patenas en 34 documentos, el último de ellos en el año 1785. El mayor número lo registra Cepeda con 18 ejemplos, con 10 La Alberca, con 4 Candelario y con sólo 1 Sotoserrano y Miranda respectivamente. En 15 ocasiones se especifica su fábrica como de plata seca o plata blanca y en 2, en hechura de plata ahumada o dorada. En tres se proporciona también el peso: «patena de medio quarterón escaso», «de dos onzas y media», «patena de 3 onzas con su colonia». En cinco se ofrece además el tamaño menor de la patena como «patena pequeña», «patenita», «patenita pequeña» y «patenita de plata del grandor de un real de a ocho». En dos, como «patena mediada». Finalmente, cinco veces, como «patena grande». De esta pieza suele haber un ejemplar o como mucho dos por documento. Sólo excepcionalmente se menciona en el entero de Mateo Hernández (Cepeda 1712) «una gargantilla con sus patenas»; quizá más de dos132.


     Como ya venía haciendo Cepeda en el pasado siglo, sigue manteniendo en éste dos veces el uso del cordón, o colonia para colgar la patena, once veces en hilos de gabanzas y una sola vez en vuelta y en gargantilla (1710-1722). Formando parte de las dos vueltas mayores, la patena pervive en las joyas-testigo del traje de Vistas albercano, en el que se llega a dos o tres patenas en las llamadas «vuelta del medio» y en la «vuelta grande» o «de abajo»; la vuelta «chica» no suele recibir patena alguna. De ahí hacia arriba y hasta llegar al cuello queda reservado el espacio de las familias de los collares para los agnusdei, los relicarios, las medallas, las cruces, los corazones y algunos dijes y joyas-utensilio. En estos años los testamentos, partijas, enteros y almonedas, no parecen tener interés en identificar los nombres de las advocaciones que aloja por sus dos caras el campo de la patena, lo que indica que a la hora de inventariar y valorar los bienes primaban, más que las advocaciones representadas, las características materiales de la pieza.


     En la mayoría de las piezas-testigo las patenas de más calidad presentan labores incisas o a buril por ambas caras, con las imágenes de Nuestra Señora, con niño en unos casos y como Tota Pulchra en otros, las de apóstoles, santas y santos mártires, de cuerpo entero y de medias figuras y las cifras de Jesús y María con sus cercos y almenas de plata alrededor. En cambio, en los ejemplos más discretos y locales, labores en «hechura figurada», casi siempre bajorrelieve, con la imagen del Crucifijo (sin la cruz o con la cruz a buril) por su lado principal o cara y, por la espalda, la de Nuestra Señora como imagen vestidera en forma de pirámide sagrada y como medalla recortada.


     Aunque no se conserve ningún caso de contrato que lo demuestre, es probable que, en ocasiones, para acontecimientos muy señalados, este tipo de joyas tan principales se encargaran a un maestro platero afamado de Salamanca o de Ciudad Rodrigo, quien quedaba obligado a llevar a cabo la pieza con arreglo en todo al gusto y exigencias del comitente, con las figuras y labores que fueran de su capricho y devoción. La mayoría de las veces, las piezas las adquiría directamente el cliente del escaparate o vidriera en el obrador del oribe local.


     Queda de manifiesto el cambio radical que marca el tiempo en la estima de la patena, que fue variando con los años, si comparamos nuestros textos con los de la Testamentaría de la Reina Católica; primero como pieza de reinas y nobles, pero ya en los Siglos de Oro, como cosa de labradoras y gitanas. Estos juicios sobre el carácter cortesano o villano de prendas y joyas, en este caso la patena, confirman la oscilación y la trayectoria de las modas, que hacen cambiar el aprecio de las cosas con el paso del tiempo. Comienzan en los estratos más principales y van siendo relegadas después a los burgueses y llanos, donde se mantienen durante siglos.


     La patena tiene su eclosión serrana en los siglos XVI y XVII, sobrevive en el XVIII y se mantiene fosilizada desde el XIX, con sólo 2 ejemplares, uno en La Alberca, 1803, y el último en Candelario en el año 1832; 247 años de existencia documentada.


Lámina IV. b)
María Serrano de Vistas con las mujeres que la vistieron: su tía Isabel (de sayas y pañuelo a la cabeza) y su madre Francisca (de ventioseno).

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Lámina XVI. b)
“Mirandeña asomada a la ventana. Viste traje de “Gro” (Grograin), pañuelo “de cien colores”, pendientes de miriñaque y “pecherá” de hilos de oro de los denominados de “avellana” y “huesos de aceituna,” de los que cuelgan cruces, galápagos, veneras esmaltadas, medallas y monedas, desde el cuello a la cintura. Señala este traje el cambio radical, en el siglo XIX, del gusto por las joyas protectoras, que hemos estudiado en esta obra, por las de "ostentación”. (Miranda del Castañar, c. 1980).

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     La geografía de la patena como pieza-testigo ha quedado confinada en comarcas aisladas de Salamanca, Zamora, León y Segovia. Como ya apuntábamos, durante los últimos setenta años, al dividir en las herencias familiares el traje de Vistas, repartido por piezas y prendas, han ido emigrando las patenas de su espacio natural al de los anticuarios y coleccionistas, joya extraordinariamente codiciada en el mercado del arte. Por fortuna, aunque no en el grado que desearíamos, ha encontrado también lugar en los museos.


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